lunes, 30 de marzo de 2009

Olores

Nos rodean cientos, miles de olores, pero rara vez damos la importancia que merece al sentido del olfato, excepto cuando el olor es en extremo desagradable y penetra ofensivamente por nuestras fosas nasales, o bien por reparar en él debido a su intensidad o por asociarlo a otras sensaciones, objetos, personas... recuerdos, al fin y al cabo.

Creo que hay pocos olores que sean para mí más significativos que el olor de las páginas de los libros. Cada libro tiene su propio olor, cambiante con el tiempo, según las andanzas que le depare su vida novelesca. Sin embargo, hay dos olores que podríamos dar en llamar universales en lo tocante a lo olfativo y a los libros: el olor de los libros de texto recién comprados, y el olor de una librería de viejo (o extensa biblioteca cargada de libros antiguos, tanto da).

Respecto al primero de ellos, ¿a cuántos nos vienen a la memoria esos días gloriosos de colegial, en los que, recién iniciado el curso, esperábamos impacientes la caterva de nuevos títulos que, traducidos en objetos de deseo, esnifábamos tras su compra, impregnándonos del olor a tinta aún fresca y a papel satinado recién prensado, impreso, encuadernado y desbarbado, pletórico de sabiduría? A los libros recién adquiridos se unían los heredados de hermanos, primos, amigos, que por mor de un milagro, no habían quedado desfasados aún en la vorágine editorial a que estamos acostumbrados hoy día. Éstos presentaban dobleces en las esquinas, garabatos y el nombre de sus antiguos poseedores, escrito cual Ex-Libris con la fluida caligrafía de alguno de los padres, o con inexperta mano de niño. El encanto de estos últimos era ir descubriendo, día a día, alguna ocurrencia que tuvo quien antes estudió esas páginas y, ya crecidos, los diversos amores platónicos que le desvelaron alguna que otra noche.

En cuanto al segundo de los olores, para quienes, superada la imposición de la obligatoriedad de los estudios, llegamos a amar los libros, a necesitar más que desear su presencia, el penetrar en una estancia atiborrada de libros, donde se acumulan cual pilares capaces de sostener toda la cultura y sabiduría de los pueblos, puede provocar sensaciones de admiración y recogimiento tan profundas al menos como las que provocaría en un fervoroso creyente llegar como peregrino a Santiago, o alcanzar por primera vez en su vida La Meca. El olor de los libros añosos, ancianos, recorridos por infinitas manos ávidas de saber, de surcar los mares de tinta de sus palabras, no tiene parangón. Las hojas, quebradizas ya por el tiempo vivido, despiertan en nosotros sentimientos protectores, la necesidad de tratarlas con mimo; los lomos, desgastados por el uso, invitan a ser acariciados; el tiempo, deja de existir.

Le livre, cet obscur objet du désir.


(Me autoplagio al recordar que escribí esto hace algo más de un año, para traerlo al blog.)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

jejeje me ha encantado, es una verdad como un templo pero tan magníficamente expresada...

Aissss me has hecho acordarme de mi libro de Momo que jamás terminé de leer pero que siempre que lo abro huele maravillosamente a vainilla. No sé que azar de la vida lo llevó a tener ese olor pero siempre me acuerdo de él cuando pienso en el olor de los libros.

Homo libris dijo...

Bienvenida, Midnight Eclipse.

A mí me encantó Momo. Curiosamente, mi libro también tiene cierta historia detrás. Lo "heredé" de casa de mis abuelos cuando mis tíos se marcharon de allí, y dejaron tras de sí una importante remesa de libros huérfanos. Tanto éste, como los ejemplares Dune y El nombre de la rosa, comparten un pasado común.

Un cordial saludo.

Adela dijo...

Por suerte te autoplagiste, para poder leer este bello comentario los que llegamos hoy a ti. Trabajo en una librería, pero es sui generis, no vale, no conserva ese olor del que hablas... pero lo conozco, porque trabajé años en biblioteca. Los libros son como personas ¿o viceversa?, cada uno tiene su encanto y su olor, pero hay otra cosa, creo que solo personas sensibles le dan importancia a eso, los olores afianzan el recuerdo, lo atrapan y lo reviven cuando uno menos se lo espera...
Te sigo.
AD.

Homo libris dijo...

Muy buenas, Adela.

Bueno, el escrito lo publiqué hace tiempo en otro blog más generalista, pero dado que cada día escribo menos en él, creí que el escrito tenía suficiente calidad para estar aquí, y surgió una conversación en torno al olor en los libros... decidí entonces traerlo a Homo libris y compartirlo una vez más.

Es cierto que los libros guardan entre sus páginas muchas más sensaciones de las que cabría esperar, y que sólo acercándonos a nuestro lado más sensible llegaremos a vislumbrarlas. Pero incluso los libros nuevos tienen su entrañable olor: el del libro recién impreso, con la tinta aún fresca, sus páginas vírgenes deseando ser exploradas, recorridas como un mapa de mundos imaginarios tan vastos que sólo tienen cabida en nuestra imaginación.

Bienvenida a esta casa de libros y lectores.

Un saludo.