sábado, 15 de agosto de 2009

Andanzas de un naturalista

Entre los libros que traje en la mochila del viaje a Valencia hubo uno que descubrí casualmente mirando en la página web de la librería y que, tras indagar un poco sobre el autor, decidí que viniese conmigo de vuelta. Se trata de Entre hombres y pájaros. Andanzas de un naturalista, el primer libro de Tito Narosky, un técnico químico argentino que supo hacer de su incipiente pasión por lo natural y, en particular, por la observación de los pájaros, el modo de vida que ha seguido hasta la fecha. No conocía al autor anteriormente, y me ha sorprendido gratamente comprobar cómo es uno de los más respetados ornitólogos de su país, autor junto a uno de los componentes de Les Luthiers de un libro sobre malacología, y todo un referente del movimiento en pro de la conservación de la naturaleza de Latinoamérica. Pero centrémonos en el libro, que me ha enganchado literalmente hasta hacerme vivir la paradoja del lector que tan bien supo describir R. en su blog, y que me ha obligado a sentarme a redactar esta reseña justo antes de terminarlo, intentando postergar así lo inevitable: su conclusión.

Entre hombres y pájaros narra algunas de las vivencias de Narosky, y que van desde el despertar de su vocación naturalista hasta prácticamente su dedicación exclusiva a la preservación de lo natural. Narrado con sencillez, casi diría que con candor, sus aventuras me han recordado a las que Gerard Durrell dejó plasmadas en su "trilogía de Corfú" (Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses) o en cualquiera de sus otros libros de andanzas zoológicas, y es que resulta divertido, anecdótico y respira por los cuatro costados amor y pasión por lo que hace.

Cada vez que salía de vacaciones, que buscaba aislarme de la humareda humana, me encontraba contemplando de soslayo a mi mundo perdido, y eso me producía escozor. Sentía la falta e intentaba el reemplazado a tiendas.

En las playas dejaba tostándose al conglomerado humano y buscaba en las soledades el caracol multiforme, los trozos de algas cromáticas, el veteado canto rodado, el pececillo abandonado o el vuelo negriblanco de la gaviota. En las sierras caminaba sin rumbo, o quizá con rumbo a un edén olvidado. En los senderos de la campaña miraba con melancolía los nidos de hornero y leñatero que orgullosamente se mostraban en los postes, y que eran el único lazo visible con aquella etapa, con aquel momento de mi infancia que resumía una época.

Ante tamaña afirmación no puedo más que sentirme identificado: informático con vocación de biólogo que no pudo ser (cosas de la vida, tuve que buscarme la misma en estas lides tecnológicas, y aunque a día de hoy me gustaría cursar esa carrera no me es posible por la obligatoriedad de la presencia y la enorme cantidad de prácticas que poseen sus asignaturas… pero esta es otra historia, que debería ser narrada en otra ocasión), y que busco como el aire que respiro la escapada al campo en la compañía de mis buenos amigos, prácticamente hermanos, Sergio y Alberto, biólogos ambos (el primero de ellos compañero desde el que antaño fuera 1º de E.G.B., se encuentra ahora en México trabajando precisamente como zoólogo y cumpliendo su -nuestro- sueño. ¡Carnal, se te extraña!, el segundo desde hace bastante menos, pero compartiendo ilusiones y tiempo libre, hemos congeniado como sólo lo hacen los amigos de verdad). Junto a ellos en ocasiones, en solitario en otras cuantas, he disfrutado todos estos años del continuo descubrimiento del misterio de la vida, he luchado por preservar un mundo mejor, más respetuoso con el débil, más justo. Nuestra mayor hazaña hasta la fecha ha sido frenar el avance de una de las mayores promotoras del país en nuestro pueblo. FADESA, la gran empresa inmobiliaria gallega, tenía planteada para la zona aledaña a nuestro amado Parque Periurbano de la Dehesa de Santa Fe la ejecución de un complejo urbanístico con sus 700 chalés de lujo, piscina incluida, su par de campos de golf y zonas deportivas y comerciales que rompían con las ilusiones de los comerciantes del casco histórico. Siete años de lucha constante, de denuncias que derivaron en el apoyo del Defensor del Pueblo Andaluz y recibieron el rechazo del Ayuntamiento y de la empresa promotora, terminaron por dar al traste con un proyecto que ha sido rematado, también hay que decirlo, gracias a la reciente crisis que sufrimos. Ahora permanece latente, expectante de una recuperación económica que le permita resurgir como una terrible ave fénix de sus cenizas, arrasando con el fuego de la intolerancia la historia y el patrimonio natural de todos. Ojalá no nos fallen las fuerzas ni la ilusión cuando debamos volver a esta lucha.

Me encontré como un niño a quien se ha descubierto haciendo algo inconveniente por lo cual, sin embargo, no se lo va a castigar. Poco a poco el miedo al ridículo, por mi incipiente fascinación ornitológica, fue cediendo.

Me hallaba en una edad en que ya muchos hombres, aburguesados por la repetición de circunstancias y confiando en que la vida no oculta nada más agradable que un buen plato de ravioles o una película por televisión, abandonan sus búsquedas juveniles. Yo parecía querer volver al pasado y recomenzar. Era una aventura peligrosa.

Y es que, amigos, no sé si me pierde la pasión, si es más ésta que el contenido del libro que reseñaba, pero como os decía en un principio, me está encantando. Es difícil de conseguir, ya que fue publicado en 1978 en Buenos Aires y sólo he visto algunos ejemplares de segunda mano por Internet a un precio bastante elevado incluso en Argentina, país donde fue editado, pero si os interesa el tema os recomendaría leer a Durrell y, por supuesto, aprovechar el buen tiempo y salir al campo a primera hora, guía ornitológica en mano, para disfrutar de una naturaleza que deberíamos preservar. Por nuestro bien y el de quienes llegarán tras nosotros.

Os dejo, para finalizar, con un fragmento que me ha estremecido, ha hecho que se me erice la piel y un estremecimiento recorra mi espalda. Y en compañía de algunas fotografías que sacó hace poco Alberto, que tiene mejor mano que yo para esto en nuestra querida y escasamente valorada Dehesilla; como comprobaréis, tiene más secretos y hermosura de la que muchos saben ver en ella. Están presentes uno de sus barrancos, que aparece cruzado por un arroyuelo de aguas ligeramente salobres donde es fácil encontrar renacuajos de sapo corredor (Epidalea calamita), bordeado por una vegetación compuesta por juncos (Juncus sp.) y tarajes (Tamarix africana), una fotografía nocturna de un chotacabras pardo (Caprimulgus ruficollis) y un pollo de ratonero común (Buteo buteo) en su nido.

Feliz fin de semana.

Nos abrimos paso entre los nidos, que por su proximidad impedían el avance. Ya no nos hablábamos, cada uno vivía la aventura en su propio espíritu. El espectáculo me retrotrajo a épocas pretéritas, a aquellos tiempos en los que el hombre aún no había logrado mancillar la genuina virginidad de la naturaleza.

Mientras caminaba, mi mente vagó por los más insólitos senderos. Creo que me detuve en el futuro, porque la laguna, cuyas aguas en la realidad todavía mojaban mi cuerpo, había sido desecada y su suelo barroso, pulcramente asfaltado. En lugar de juncos y duraznillos blancos florecidos, mi pesadilla vislumbró allí un lujoso casino para servir a las necesidades de la ciudad de Azul, convertida en urbe millonaria. Imaginé una mesa de punto y banca, una ruleta y hombres y mujeres neurotizados por el juego. Enterrada entre los cimientos de la moderna obra, una vieja y olvidada civilización, una ciudad perdida de gaviotas, cuervillos, garzas y cisnes. Cientos de miles de animales muertos o imposibilitados de reproducirse jamás, al haberse eliminado el ambiente propicio para ello. Pero desde el punto de vista del hombre, en la construcción de ese casino “no hubo que lamentar víctimas”.

Sin transición volví a la actualidad. Ya los cansados resplandores del atardecer delineaban sombras tenues sobre el manto de terciopelo del bañado. Un chisporroteo rosa y carmín se había elevado sobre el cielo todavía azul. Las espátulas no nos quisieron dejar ir sin que grabáramos su presencia y la de sus nidos en el celuloide. Fue el fin de fiesta.

Todo era silencio. La hilera humana caminaba hacia la estrechez de su mundo, hacia la pequeñez de su egoísmo. A cuatro de sus representantes se les había permitido viajar hasta la irrealidad. Allí los animales les habían hablado. Eso no era difícil. Lo difícil resultaba hallar un lenguaje por el cual estos hombres pudieran comunicarse con sus hermanos y transmitirles su mensaje de amor y respeto por la vida.

Una tarea casi imposible, porque ese idioma no ha sido creado todavía.


3 comentarios:

Isi dijo...

Cómo se nota que el tema te apasiona. Yo, sin ser contraria a la educación y preservación medioambiental, no creo que pudiera sacarle tanto jugo al libro como se lo has sacado tú.
Sin embargo te animo, como dice ese extracto del libro, a que no pierdas tus inquietudes de la juventud, en el que el mayor placer consiste en explorar.

A mí lo que más me gusta es hacer excursiones por el monte, y suelo ir con mi padre con un grupo de compañeros de su trabajo, pero lo de observar pájaros (y encima diferenciarlos unos de otros) sobrepasa mis límites ;))

La entrada te ha quedado estupenda

Homo libris dijo...

Buenas, Isi.

La verdad es que sí, que es algo bastante visceral para mí. Lo llevo muy dentro, y al final termino sacándolo, ya escriba en el blog más literario, en el técnico sobre informática... En fin, cada uno es como es, je, je. De todas formas, creo que es un libro del que se pueden sacar muchas enseñanzas, y también que todos podemos sacarle bastante partido. ¡Lástima que parezca tan difícil de encontrar!

El tema del excursionismo, senderismo, montañismo... me encanta, la verdad. Estoy deseando que pase el tórrido verano, llegue el maravilloso otoño (la estación del año que más me gusta) y poder empezar a hacer salidas al campo menos fatigosas que las estivales :) En cuanto a la observación faunística, te digo yo que es más fácil de lo que parece. Basta con observar un poco, e ir aprendiendo poquito a poco :)

Gracias por tus palabras :) ¡Saludos!

Josélez dijo...

Como ya sabes, el tema nos apasiona a los dos. Y es que parece que hay una especie de vínculo ancestral que los que acudimos a observar naturaleza encontramos, y que otros (la mayoría) deben haber perdido.

En fin, un gustazo pasarse por aquí y leer entradas como esta. Voy a ver si en un futuro próximo consigo el libro.

Un saludo