domingo, 30 de agosto de 2009

El día que conocimos al lobo

Imaginad por un instante la siguiente escena: un hombre corpulento se aproxima al poblado portando en sus manos una pequeña esfera peluda. A él se acercan, curiosos, otros miembros del clan. Le miran intrigados por saber qué es lo que oculta y él, extendiendo hacia ellos sus manos, muestra el rostro diminuto de un lobezno con ojos azules, puede que el primero en convivir con el ser humano. Si lo descrito se os antoja interesante, digno de merecer vuestra atención y ya me conocéis un poco de antemano, tal vez os sorprenda algo si os digo que la lectura del libro Lobos y Hombres. Un conflicto de supervivencia (Desde la Prehistoria hasta nuestros días), de Juan Carlos Gil Cubillo, ha supuesto una decepción para mí.

El libro en cuestión es el segundo de una trilogía de ensayos en torno a la figura del lobo, en los que se repasan aspectos que abarcan desde sus rasgos fisiológicos y comportamiento hasta su interacción con el hombre y el medio cada vez más degradado en que se ve obligado a subsistir. Lo cierto es que el lobo, el gran depredador de la región Holártica, es mi animal tótem por excelencia. Si pudiera trabajar algún día con animales en la disciplina que más me apasiona (la Etología), sin duda el elegido sería el Canis lupus. Siendo así, ¿cómo es posible que el libro me haya defraudado? Mi amigo Alberto ya me advirtió de su desilusión al leer el libro cuando lo puso en mis manos hace unas semanas, en una de nuestras noctámbulas salidas campestres, y lo cierto es que debo secundar su opinión.

El ensayo comienza dando un repaso evolutivo previo con la intención de situarnos en el escenario de los hechos: partiendo de la evolución humana, muestra cómo nuestros ancestros pasaron de ser un buen entrante a la hora del almuerzo de todo tipo de depredadores a un serio competidor éstos, para llevarnos a los últimos momentos del Paleolítico y comienzos del Neolítico, donde las interacciones entre el hombre y el medio dejaron de ser pasivas para comenzar una relación de sometimiento de éste por parte de unos homínidos cada vez más inteligentes. En esta primera parte, salvando la natural enumeración de especies, extintas o no, el lenguaje usado por el autor es marcadamente pedante (no, no hay otra forma de describirlo), dificultando la lectura por lo engorroso del mismo.

En una segunda parte, la obra da paso a una visión claramente etológica, intentando describir cómo pudo producirse el sometimiento del lobo al hombre, siendo el Canis lupus la especie animal de la que se tiene fechada una domesticación más temprana. Este es un hecho de lo más curioso, porque el lobo es un animal harto inteligente, con un comportamiento complejo y difícil de controlar, como viene a demostrar el autor tras una serie de experimentos con animales troquelados (son aquellos que tienen contacto con el hombre desde los primeros días o semanas de vida, quedando marcados por una impronta que los vincula al ser humano), la domesticación del lobo tuvo que darse de forma muy paulatina, siendo complejo el hecho de mantener a varios animales en una misma tribu, ya que tenderían a formar una manada y terminarían abandonando a sus criadores humanos. También resulta complejo en los experimentos citados retirar al lobo de la carne, ya que mantiene comportamientos instintivos muy relacionados con este alimento y no resulta fácil separarlo de la presa, especialmente cuando cazan en manada. Todo lo expuesto constituye un enigma en torno a una domesticación de la especie que se produjo antes incluso que la de los herbívoros, a la sazón mucho más dóciles que aquél. Salpicadas por el texto encontramos narraciones pobremente descritas (demasiada adjetivación que distrae de un texto extremadamente simple) de experiencias de campo del autor.

Por último, el estudio se centra en la relación del lobo con el hombre en nuestros días, especialmente en lo tocante a los ataques a la cabaña ganadera, y cómo la figura del lobo, aún hoy, está fuertemente impresa en los miedos atávicos del hombre, lo que lleva a culparle siempre de todos los males que puedan acontecer a los rebaños, sea el lobo o no (pues en muchos casos se trata de perros asilvestrados) el causante de los mismos. En esta última parte algunas narraciones de pastores con los que ha conversado el autor también adolecen del intento del autor de convertir el ensayo en un texto literario (he comprobado que la próxima edición del Diccionario de la R.A.E. incluirá el término “literaturizar”, que se ajusta a lo que quiero describir, pero es que me parece abominable) sin conseguir hacerlo por ello más ameno o legible.

Se me antoja pensar que el autor intentó trasladar a su obra la singular capacidad descriptiva de un verdadero referente del movimiento en pro de la conservación de la naturaleza: Félix Rodríguez de la Fuente. El burgalés que supo despertar en un país aferrado a su pasado, que daba el nombre de alimaña a cualquier animal silvestre que no tuviera un aprovechamiento cinegético directo, el amor por la naturaleza, fue sin duda un comunicador nato, capaz de dotar de ese toque mágico de cuento de hadas a cualquiera de sus textos científicos o divulgativos espacios televisivos. También es posible que intentara emular al gran etólogo austriaco Konrad Lorenz, ganador del premio Nobel por sus estudios sobre comportamiento animal, y que cuenta en su haber con ensayos tan hermosos como El Anillo del Rey Salomón (algún día hablaré aquí de ese libro) o Cuando el hombre encontró al perro, ciertamente muy afín al que nos trae hoy al blog, pero que está escrito con un gusto exquisito.

Un libro es contenido y continente, es aquello que nos cuenta y cómo lo hace. Una buena historia que esté mal escrita terminará por aburrirnos, un argumento mediocre oculto tras bellas palabras será capaz de exasperarnos. En este caso, el resultado no es todo lo bueno que habría deseado, puesto que el objeto de la investigación se me antoja apasionante, ya que permite aprender muchísimo de ese antagonista que convertimos un buen día en nuestro más fiel amigo y que, a pesar de todo, nos hemos empeñado en mantener alejado de nosotros con todo tipo de trampas, lazadas y cuentos de viejas… Pero esto será un tema a abordar en otra ocasión.

Para quitarme el mal sabor de boca, os dejo con un vídeo de El Hombre y la Tierra, deseando que el canto del lobo no se extinga jamás de nuestras sierras.

jueves, 27 de agosto de 2009

Cielos de barro


Hay ocasiones en las que, por algún incierto designio, nos vemos abocados a enfrentarnos a una determinada situación. Aun sin haberlo buscado, lo cierto es que la historia que traigo hoy al blog tiene cierta relación con algunos de los libros que lo han visitado recientemente. Como ocurriese con la divertida novela de Eslava Galán, La mula, la reciente entrada sobre el ensayo de Martín Gaite en torno a los usos amorosos de la posguerra, aquel breve relato sobre un republicano o incluso el secreto que nos narraba Muñoz Molina, la novela de Dulce Chacón que acabo de terminar transcurre desde el periodo previo al comienzo de la Guerra Civil hasta el final de la misma. En determinados momentos parece que los libros nos buscan, ya que fue casual que leyese la novela de Muñoz Molina, me encontrase con la de Eslava Galán o me determinase a leer el ensayo que recomendara Maribel en los comentarios del blog. También ha sido el azar, con su invisible mano, el que me ha acercado a este libro, aunque cierto es que hacía tiempo que tenía ganas de leer a la autora extremeña y, tras finalizar esta lectura, de reencontrarme con su obra.

Lo primero que me llamó la atención de Cielos de barro fue que me recordaba poderosamente a los libros de Miguel Delibes. Aunque Chacón tiene su propio estilo, en esta novela parece haber prestado una singular atención al lenguaje, gracias al cual consigue diferenciar claramente a los personajes de la obra, que se expresan en función de su estatus social. La novela se convierte así en una obra coral, que narra la historia de un cortijo extremeño desde las voces de quienes allí vivieron o trabajaron. Me recuerda aquí levemente a Los santos inocentes, pues nos enfrentaremos a opresores y vencidos; a los sirvientes que han de someterse a la voz del amo so pena de recaer sobre ellos desgracias aún mayores que las de vivir con miedo, y a los terratenientes cuyo poder no son capaces de controlar y, en ocasiones, se volverá contra ellos.

Pero no es la única forma que tiene Chacón de contarnos una historia conmovedora, con unos personajes que nos llegan al alma y que se convierten por la magia de su pluma en seres de carne y hueso que sienten, sufren, aman. La narración transcurre por dos caminos separados. Uno de ellos, el que comentaba anteriormente, es el de las múltiples voces de los habitantes del cortijo Los Negrales y de las tierras de labranza de sus propietarios. El otro es el que más me ha conmovido, el diálogo unipersonal de Antonio, un viejo alfarero que reflexiona sobre las vidas de quienes habitaron el cortijo y la suya propia, y nos va desvelando detalles que permiten que hilemos unas vidas con otras hasta lograr tejer un tapiz realmente maravilloso. Decía que Antonio mantiene un “diálogo unipersonal”, y es que si bien le oímos en el diálogo que mantiene con el inspector de policía que investiga el múltiple asesinato de varios miembros de la acaudalada familia propietaria de Los Negrales, de este último nunca conocemos palabra alguna, sino que adivinamos sus preguntas a través de las respuestas de Antonio. En cierto modo me recordó a Cinco horas con Mario y el singular monólogo de Carmen mientras vela a su marido, recién fallecido, aunque la perspectiva del diálogo lo hace ciertamente novedoso. El anciano se expresa de una forma tan real que parece que tenemos ante nosotros a un entrañable abuelo, con sus manías y especial encanto, hablando con esos diminutivos acabados en "-ino" e "-ina" tan propios de Extremadura. En resumen, con la voz del pueblo, con la de Paco, el Bajo, la Régula o el señor Cayo.

Comenzando con la investigación en torno al crimen múltiple, el libro torna pronto en una reflexión en torno a las diferencias sociales, a la injusticia de la guerra y el sufrimiento vivido en Extremadura durante la misma y tras su finalización. Reivindica la soledad de los pueblos, el exilio de los jóvenes hacia la gran ciudad y la deshumanización a la que son sometidos, la pérdida de su identidad. Y todo esto desde una perspectiva profundamente humana, que consigue conmovernos, desear que la historia no termine, que no debamos separarnos de unos personajes que se nos hacen realmente queridos.

Sin lugar a dudas, una de las novelas que más me ha gustado en los últimos meses, y que no dudo en recomendaros encarecidamente.

lunes, 24 de agosto de 2009

Ciento diez años

Tal día como hoy nació hace 110 años el porteño más universal. De nombre Jorge Francisco Isidoro Luis, Borges fue más conocido por Jorge Luis y las páginas que escribió, por más que él se declarase orgulloso lector antes que escritor, son algunas de las mejores que he leído jamás.

En su casa de Buenos Aires creció oyendo hablar en castellano e inglés, por lo que era bilingüe, un rasgo que unió a su amor por las letras, alcanzando logros tan tempranos como la escritura de su primer relato y de un esbozo de ensayo sobre mitología griega a los 7 años de edad y la traducción de El príncipe feliz de Oscar Wilde a los 9.

El círculo de escritores amigos con los que se codeó, entre los que se cuentan los inmortales Adolfo Bioy Casares (son memorables sus escritos a cuatro manos, en particular los publicados bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq) y Silvina Ocampo, esposa de Adolfo, o el descubrimiento de Julio Cortázar, de quien publicó su relato Casa Tomada en la revista Anales de Buenos Aires, son breves fragmentos de una vida plenamente dedicada a la literatura, y que no está en el ánimo de éste quien escribe recoger. Lo que sí me gustaría es recomendaros la lectura del autor que constituye un referente en la literatura fantástica en castellano, a cuya obra se le pueden dar las más diversas lecturas, y que seguro disfrutaréis. A título personal, me encantan sus libros de cuentos: El Aleph es, sin lugar a dudas, uno de los más reconocidos, aunque no desmerecen La muerte y la brújula (en particular, el cuento Emma Zunz), El informe de Brodie o El libro de arena. De sus obras junto a Bioy Casares disfruté especialmente los Seis problemas para don Isidro Parodi.

Mi intención hoy no era otra que rendir cumplido homenaje a Borges, y dejaros con la entrevista que le hicieron en el programa A Fondo en 1976 (hay otra posterior de 1980 que también es posible encontrar en Internet) y que disfruté en su día sacándola en vídeo de la biblioteca pública (la verdad es que hoy día no se hace televisión así). Os dejo con la entrevista y, además, con la interpretación de su poema La lluvia a la voz de Jose Domínguez, El Cabrero.


La lluvia

Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto

patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.


jueves, 20 de agosto de 2009

De lo que vemos y lo que no

Podemos encontrarnos con un libro de la manera más insospechada: viéndolo en manos de alguien durante un trayecto en transporte público, encontrándolo liberado en el banco de un parque al atardecer, topándonos con él en los estantes de una librería o biblioteca o encontrando buenas críticas en un programa de radio o leyendo un blog. Todo lo que se ve, la primera novela publicada por Alberto Ávila Salazar, la descubrí casualmente viendo una serie de televisión española.

A lo largo de la serie, aparece en ocasiones un libro que reconocí desde el primer instante como perteneciente a la editorial Lengua de Trapo, por su llamativa cubierta amarilla y el diseño de la portada. Sin embargo, no conseguía ver con claridad el título, y sólo fue tiempo después cuando, congelando la imagen en el momento adecuado, conseguí aprehender el ansiado nombre del libro. Lo busqué después en las bibliotecas públicas de un par de provincias andaluzas, y conseguí localizarlo en la Biblioteca Municipal de Rincón de la Victoria. Dejé pasar el tiempo hasta las vacaciones, y fui a por este libro y por una copia de Microsiervos (que en un alarde freak saqué para regodearme con la miseria propia de mi trabajo :) ). Por cierto, que la excursión a la biblioteca fue más productiva de lo esperado, ya que tenían sobre una mesa una montaña de libros antiguos, descatalogados, con el cartel "Adóptame". Y yo, que en palabras de Azote soy "la Angelina Jolie de los libros", tramité la adopción de unos cuantos que vinieron a casa conmigo.

Volviendo a Todo lo que se ve (cuando me veáis divagar así, llamadme la atención), la novela plantea, mediante breves fragmentos que parecen inconexos en un primer momento, una reflexión en torno al poder de las religiones, la forma en que surgen y crecen y cómo devoran a su paso su propia esencia, aquello que las creó y les dio sentido en un primer momento. También aparecen fragmentos de hipotéticas novelas que el narrador imagina, unidos a su propia historia y a la de su mujer, Felicidad, una hermosa muchacha de la que se enamoró viéndola día a día en el metro. Novela de novelas, reflexiona sobre el arte y la literatura, acompañando con su particular banda sonora las referencias y reflexiones en torno a libros de Javier Marías, Dovstoievski, Ortega y Gasset, Mircea Eliade u Oscar Wilde.

El hilo principal de la novela transcurre en torno a la escritura de El evangelio subterráneo, una obra primeriza que el narrador escribe encumbrando el amor y la belleza de su amada, Felicidad. Deja varias copias del libro en diversos lugares para sorprenderse, tiempo después, al ver que el libro ha adquirido vida propia y se ha convertido en una obra de culto. Su vida, a partir de entonces, habrá cambiado para siempre.

El libro de Ávila Salazar me ha sorprendido por su particular enfoque, y lo cierto es que tras un inicio algo errático ha terminado por absorberme hasta llevarme a concluirlo devorando sus escasas 140 páginas. Aunque tal vez sea lo justo con una novela que, cual serpiente Uróboros, termina referenciándose a sí misma; su comienzo, con un devorador de ostras profesional, es más significativo de lo que podría parecernos en un principio.

¡Feliz lectura!

martes, 18 de agosto de 2009

Amar en tiempos revueltos

Hace unos meses traía al blog el ensayo de Muñoz Molina sobre la Córdoba de los Omeyas que tanto me había gustado, y entre los comentarios que surgieron a colación de mi reseña y de los que tanto suelo aprender (¡me encantan!), hubo uno de Maribel en el que citaba el ensayo que nos ocupa hoy: Usos amorosos de la posguerra española, de Carmen Martín Gaite, que he leído tal y como ella anunciaba: como si se tratase de una novela. Espero que este comienzo haya tranquilizado a quienes estuvieran tirándose del cabello ante una posible entrada "telenovelesca", dado el título de la misma :D

Dividido en nueve capítulos, la autora vuelve a reflexionar sobre los usos y costumbres amorosos de los españoles, como ya hiciera en su tesis doctoral centrada en el mismo tema pero durante el siglo XVIII en nuestro país. Comienza la andadura amorosa justo tras la implantación del régimen franquista al finalizar la Guerra Civil Española. De esta etapa heredaríamos la influencia de Primo de Rivera, siendo su hermana Pilar la impulsora, desde la Sección Femenina de la Falange que fundara aquél, de un modo de vida acorde al sentir de la decencia católica. De sus desvelos por guardar el honor de la española de pro llegaría la formación de la esposa ejemplar de la época, que incluiría el coser, limpiar y tolerar –limitándolos, eso sí- en el marido los arrebatos propios de su carácter masculino y, siempre, español.

A lo largo de los años, por supuesto, las costumbres amatorias de los españoles fueron cambiando, tornándose en algo más liberales conforme transcurría el siglo. Nuevos aires llegaban del exterior, fundamentalmente a través del respiradero del cine norteamericano, que comenzó a estar en boga en aquél entonces. La moral estaba en peligro y los padres se desvelaban por limitar las correrías de los hijos y, en particular, de las hijas. La presentación de las mismas en sociedad, el flirteo velado con los chicos, el primer (y, las más de las veces, único) novio o el momento del casamiento serán situaciones que Martín Gaite nos acercará desde una perspectiva que denota a las claras la cercanía en lo personal de aquello que nos está narrando. Aunque se trata de un ensayo, la obra está escrita desde un punto de vista subjetivo, lo que no le resta seriedad sino que nos acerca aún más a aquello que nos está contando. Lo hace más vívido y creíble. Conforme avanzan los capítulos lo haremos también en la Historia, que lamentablemente (tampoco era la intención de la autora que fuese así) no llega hasta la etapa de transición a la democracia.

El libro me ha parecido de lo más interesante y ameno, permitiendo un acercamiento muy instructivo a los usos amatorios de nuestros abuelos. Y es que España habrá cambiado, nuestras costumbres también, pero a día de hoy es fácil comprobar cómo las diferencias intergeneracionales –en particular entre los habitantes de los pueblos- siguen estando en buena parte marcadas por una época en la que España permaneció separada del resto del mundo de una forma, quizás, más tajante que la relatada por José Saramago en La balsa de piedra.

domingo, 16 de agosto de 2009

Libros, bibliotecas y herramientas

La capacidad organizativa es una virtud que no debería faltar entre quienes coleccionamos de forma sistemática cualquier tipo de objeto. Esto es particularmente útil entre los amantes de los libros. Ya hace algún tiempo nuestra amiga Isi nos comentaba que había comenzado a clasificar su biblioteca personal (y la paterna) utilizando una aplicación informática a tal efecto. Elwen también hablaba recientemente sobre una página web, Anobii, que nos permitía clasificar nuestros libros y compartir esta biblioteca virtual con otros usuarios para contrastar títulos, compartir lecturas y llevar a cabo todo uso práctico que se nos pudiera pasar por la cabeza. A raíz de un comentario de Elwen en la entrada sobre el rey Arturo en la literatura, donde anunciaba su interés en leer a Tennyson y la imposibilidad de encontrarlo en la biblioteca pública a pesar de aparecer como disponible en el catálogo de la misma, se me pasó por la cabeza la temática para la entrada de hoy: la catalogación bibliotecaria.

Tranquilos. No es mi intención comenzar a desglosar los distintos tipos de catalogación posible en una biblioteca, sea ésta personal o pública, ni glosar las bondades de la Clasificación Decimal Universal, aunque a algunos bibliotecarios puede que les viniera bien conocerla (es inconcebible cómo en la principal biblioteca pública malagueña los libros estén clasificados como hace 20 años los encontraba en la de mi pueblo o en la del colegio, sin orden ni concierto sobre la temática, autoría o género de los mismos). Simplemente quiero presentar la biblioteca como el laberinto que presentía Borges, regido por un catálogo de normas que nos permiten recorrerlo sin perdernos en él si nos afianzamos en el hilo de Ariadna de su clasificación. Basta un corte, una interrupción en la delicada hebra para que nos perdamos sin solución entre los muros forrados de libros que amenazan con volcar sobre nosotros. Ponerlo a prueba es simple; tomemos un libro, recorramos sin orden ni concierto la biblioteca y depositémoslo entre sus semejantes en una ubicación nueva e indeterminada. La biblioteca seguirá acogiendo al libro, pero éste habrá desaparecido como si nunca hubiera existido. El bosque esconde al árbol, y sin un orden adecuado nunca lograremos localizarlo de nuevo. Sólo el azar, el deambular por la biblioteca sin afán de encontrar un ejemplar determinado, dejando simplemente que venga a nuestras manos de forma casual, podrá restablecer el título perdido a la circulación.

Es por ello, por la insolidaridad del desorden, por la facilidad con que un libro puede desaparecer durante meses o años aun estando dentro del sagrado recinto bibliotecario, que me desespera encontrar un libro en un catálogo para constatar, justo a continuación, que el libro no se puede localizar. No está. No podemos leerlo. En ocasiones basta con mirar alrededor del lugar en el que esperábamos encontrarlo para verlo desubicado, colocado en la misma balda, a escasos centímetros de donde debería estar. Otras veces puede encontrarse en el estante superior o en el justamente inferior, y nuestro gozo al verlo es inconmensurable. Incluso puede estar tras otros libros, empujado hasta quedar oculto por un despistado lector que colocó a uno de sus semejantes desplazándolo sin miramientos. Suspiramos con alivio y nos llevamos el libro con nosotros, porque lo habíamos dado por perdido cuando sólo se encontraba extraviado.

Pero ocurre en ocasiones que no se da el grato encuentro y el libro es declarado formalmente en situación desconocida. Puede haber sido sustraído y nunca más volverá a aparecer, o puede permanecer escondido por tiempo indefinido, cuasi infinito, entre sus semejantes. Ante esto, no nos queda más que desesperar y, por supuesto, intentar conseguirlo por otros medios. Uno de ellos, bastante vilipendiado, es la copia digital de libros. En particular, la digitalización llevada a cabo por la compañía norteamericana Google ha suscitado un debate encarnecido sobre la necesidad o no de llevar a cabo esta labor y la conveniencia de que sea el capital privado quien la lleve adelante. Sin entrar en la discusión (aunque si lo deseáis, podemos tratar el tema), y dejando clara mi posición a favor del acceso universal a la cultura, lo cierto es que bien llevado el servicio puede propiciar este acceso, al igual que mal entendido puede coartarlo. Entre otras utilidades del servicio he descubierto estos días una bastante interesante que puede ayudarnos a catalogar también nuestros libros. Simplemente introduciendo la lista de los ISBN de aquellos que deseemos incluir en nuestra biblioteca personal, Google se encargará de rellenar los campos de título, autor, fotografía de la portada si está disponible, etc. Es posible después exportar la lista de libros a un fichero XML que incluya esta información y, de paso, ofrecemos una poca más sobre nosotros, nuestras aficiones y predilecciones lectoras al Gran Hermano Google

sábado, 15 de agosto de 2009

Andanzas de un naturalista

Entre los libros que traje en la mochila del viaje a Valencia hubo uno que descubrí casualmente mirando en la página web de la librería y que, tras indagar un poco sobre el autor, decidí que viniese conmigo de vuelta. Se trata de Entre hombres y pájaros. Andanzas de un naturalista, el primer libro de Tito Narosky, un técnico químico argentino que supo hacer de su incipiente pasión por lo natural y, en particular, por la observación de los pájaros, el modo de vida que ha seguido hasta la fecha. No conocía al autor anteriormente, y me ha sorprendido gratamente comprobar cómo es uno de los más respetados ornitólogos de su país, autor junto a uno de los componentes de Les Luthiers de un libro sobre malacología, y todo un referente del movimiento en pro de la conservación de la naturaleza de Latinoamérica. Pero centrémonos en el libro, que me ha enganchado literalmente hasta hacerme vivir la paradoja del lector que tan bien supo describir R. en su blog, y que me ha obligado a sentarme a redactar esta reseña justo antes de terminarlo, intentando postergar así lo inevitable: su conclusión.

Entre hombres y pájaros narra algunas de las vivencias de Narosky, y que van desde el despertar de su vocación naturalista hasta prácticamente su dedicación exclusiva a la preservación de lo natural. Narrado con sencillez, casi diría que con candor, sus aventuras me han recordado a las que Gerard Durrell dejó plasmadas en su "trilogía de Corfú" (Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses) o en cualquiera de sus otros libros de andanzas zoológicas, y es que resulta divertido, anecdótico y respira por los cuatro costados amor y pasión por lo que hace.

Cada vez que salía de vacaciones, que buscaba aislarme de la humareda humana, me encontraba contemplando de soslayo a mi mundo perdido, y eso me producía escozor. Sentía la falta e intentaba el reemplazado a tiendas.

En las playas dejaba tostándose al conglomerado humano y buscaba en las soledades el caracol multiforme, los trozos de algas cromáticas, el veteado canto rodado, el pececillo abandonado o el vuelo negriblanco de la gaviota. En las sierras caminaba sin rumbo, o quizá con rumbo a un edén olvidado. En los senderos de la campaña miraba con melancolía los nidos de hornero y leñatero que orgullosamente se mostraban en los postes, y que eran el único lazo visible con aquella etapa, con aquel momento de mi infancia que resumía una época.

Ante tamaña afirmación no puedo más que sentirme identificado: informático con vocación de biólogo que no pudo ser (cosas de la vida, tuve que buscarme la misma en estas lides tecnológicas, y aunque a día de hoy me gustaría cursar esa carrera no me es posible por la obligatoriedad de la presencia y la enorme cantidad de prácticas que poseen sus asignaturas… pero esta es otra historia, que debería ser narrada en otra ocasión), y que busco como el aire que respiro la escapada al campo en la compañía de mis buenos amigos, prácticamente hermanos, Sergio y Alberto, biólogos ambos (el primero de ellos compañero desde el que antaño fuera 1º de E.G.B., se encuentra ahora en México trabajando precisamente como zoólogo y cumpliendo su -nuestro- sueño. ¡Carnal, se te extraña!, el segundo desde hace bastante menos, pero compartiendo ilusiones y tiempo libre, hemos congeniado como sólo lo hacen los amigos de verdad). Junto a ellos en ocasiones, en solitario en otras cuantas, he disfrutado todos estos años del continuo descubrimiento del misterio de la vida, he luchado por preservar un mundo mejor, más respetuoso con el débil, más justo. Nuestra mayor hazaña hasta la fecha ha sido frenar el avance de una de las mayores promotoras del país en nuestro pueblo. FADESA, la gran empresa inmobiliaria gallega, tenía planteada para la zona aledaña a nuestro amado Parque Periurbano de la Dehesa de Santa Fe la ejecución de un complejo urbanístico con sus 700 chalés de lujo, piscina incluida, su par de campos de golf y zonas deportivas y comerciales que rompían con las ilusiones de los comerciantes del casco histórico. Siete años de lucha constante, de denuncias que derivaron en el apoyo del Defensor del Pueblo Andaluz y recibieron el rechazo del Ayuntamiento y de la empresa promotora, terminaron por dar al traste con un proyecto que ha sido rematado, también hay que decirlo, gracias a la reciente crisis que sufrimos. Ahora permanece latente, expectante de una recuperación económica que le permita resurgir como una terrible ave fénix de sus cenizas, arrasando con el fuego de la intolerancia la historia y el patrimonio natural de todos. Ojalá no nos fallen las fuerzas ni la ilusión cuando debamos volver a esta lucha.

Me encontré como un niño a quien se ha descubierto haciendo algo inconveniente por lo cual, sin embargo, no se lo va a castigar. Poco a poco el miedo al ridículo, por mi incipiente fascinación ornitológica, fue cediendo.

Me hallaba en una edad en que ya muchos hombres, aburguesados por la repetición de circunstancias y confiando en que la vida no oculta nada más agradable que un buen plato de ravioles o una película por televisión, abandonan sus búsquedas juveniles. Yo parecía querer volver al pasado y recomenzar. Era una aventura peligrosa.

Y es que, amigos, no sé si me pierde la pasión, si es más ésta que el contenido del libro que reseñaba, pero como os decía en un principio, me está encantando. Es difícil de conseguir, ya que fue publicado en 1978 en Buenos Aires y sólo he visto algunos ejemplares de segunda mano por Internet a un precio bastante elevado incluso en Argentina, país donde fue editado, pero si os interesa el tema os recomendaría leer a Durrell y, por supuesto, aprovechar el buen tiempo y salir al campo a primera hora, guía ornitológica en mano, para disfrutar de una naturaleza que deberíamos preservar. Por nuestro bien y el de quienes llegarán tras nosotros.

Os dejo, para finalizar, con un fragmento que me ha estremecido, ha hecho que se me erice la piel y un estremecimiento recorra mi espalda. Y en compañía de algunas fotografías que sacó hace poco Alberto, que tiene mejor mano que yo para esto en nuestra querida y escasamente valorada Dehesilla; como comprobaréis, tiene más secretos y hermosura de la que muchos saben ver en ella. Están presentes uno de sus barrancos, que aparece cruzado por un arroyuelo de aguas ligeramente salobres donde es fácil encontrar renacuajos de sapo corredor (Epidalea calamita), bordeado por una vegetación compuesta por juncos (Juncus sp.) y tarajes (Tamarix africana), una fotografía nocturna de un chotacabras pardo (Caprimulgus ruficollis) y un pollo de ratonero común (Buteo buteo) en su nido.

Feliz fin de semana.

Nos abrimos paso entre los nidos, que por su proximidad impedían el avance. Ya no nos hablábamos, cada uno vivía la aventura en su propio espíritu. El espectáculo me retrotrajo a épocas pretéritas, a aquellos tiempos en los que el hombre aún no había logrado mancillar la genuina virginidad de la naturaleza.

Mientras caminaba, mi mente vagó por los más insólitos senderos. Creo que me detuve en el futuro, porque la laguna, cuyas aguas en la realidad todavía mojaban mi cuerpo, había sido desecada y su suelo barroso, pulcramente asfaltado. En lugar de juncos y duraznillos blancos florecidos, mi pesadilla vislumbró allí un lujoso casino para servir a las necesidades de la ciudad de Azul, convertida en urbe millonaria. Imaginé una mesa de punto y banca, una ruleta y hombres y mujeres neurotizados por el juego. Enterrada entre los cimientos de la moderna obra, una vieja y olvidada civilización, una ciudad perdida de gaviotas, cuervillos, garzas y cisnes. Cientos de miles de animales muertos o imposibilitados de reproducirse jamás, al haberse eliminado el ambiente propicio para ello. Pero desde el punto de vista del hombre, en la construcción de ese casino “no hubo que lamentar víctimas”.

Sin transición volví a la actualidad. Ya los cansados resplandores del atardecer delineaban sombras tenues sobre el manto de terciopelo del bañado. Un chisporroteo rosa y carmín se había elevado sobre el cielo todavía azul. Las espátulas no nos quisieron dejar ir sin que grabáramos su presencia y la de sus nidos en el celuloide. Fue el fin de fiesta.

Todo era silencio. La hilera humana caminaba hacia la estrechez de su mundo, hacia la pequeñez de su egoísmo. A cuatro de sus representantes se les había permitido viajar hasta la irrealidad. Allí los animales les habían hablado. Eso no era difícil. Lo difícil resultaba hallar un lenguaje por el cual estos hombres pudieran comunicarse con sus hermanos y transmitirles su mensaje de amor y respeto por la vida.

Una tarea casi imposible, porque ese idioma no ha sido creado todavía.


Cuarteto

Estoy haciéndome con los libros de Vázquez Montalbán que están apareciendo con la edición dominical de un diario de tirada nacional. De Manuel me gusta su prosa descarnada, su visión crítica e irónica de la vida, su paciente y escrupulosa disección de los momentos históricos del antiguo régimen y la posterior transición y, por supuesto, su inolvidable personaje, Pepe Carvalho, el detective arquetípico de afanosas cualidades culinarias que le sirvió, a lo largo de los años, para retratar y criticar la situación social, política e histórica de la segunda mitad del pasado siglo.

En Cuarteto, el último que he leído suyo, se vale del recurso narrativo de la investigación policial para presentarnos a un curioso conjunto de personajes; un cuarteto, que en realidad es quinteto, formado por el narrador, Ventón, y sus juicios implacables de los amigos que le acompañaron en tantos viajes y con su presencia a lo largo de los años. La doble pareja formada por Carlota y Luis, Pepa y Modolell, ha quedado rota tras el asesinato de Carlota. Se acusa a su marido y a un potencial amante, ya que apareció muerta por ahogamiento, vestida como una dama decimonónica, cual una moderna Ofelia de rasgos prerrafaelitas, y en estado de gravidez.

La investigación del inspector Dávila será el arranque de una historia en la que nuestra menor preocupación como lectores será el descubrimiento de la identidad del criminal. Es más, aunque en algún momento podamos presumir de conocerla, el devenir de los acontecimientos terminará por asombrarnos al ir encajando todas y cada una de las piezas que constituyen este mosaico, mordaz reflexión en torno a unos personajes despreocupados, casi cuarentones, que viven holgadamente en la tranquilidad e inconsciencia de su elevado estatus social. Los pensamientos del narrador se nos irán presentando de forma paralela al devenir de los hechos, sin que por ello deje de divagar en torno a situaciones pasadas, mirando en retrospectiva las motivaciones que pudieron tener todos ellos para acabar con la vida de Carlota.

A pesar de la brevedad de la novela (apenas llega al centenar de páginas), las situaciones que nos ofrece se nos antojan creíbles, no necesitamos más que una simple afirmación por parte de Ventón para que lo que nos narra acontezca tal y como nos está contando… y aun así, seamos reacios a creerlo todo. Incluso cuando la acción concluya estableciendo un hermoso círculo que cierre la historia tal y como comenzó.

viernes, 14 de agosto de 2009

Alfred Hitchcock... sin necesidad de presentación.

Ayer, 13 de agosto, se cumplían 110 años del nacimiento del maestro del suspense, Alfred Hitchcock. El director de tantas y tantas películas inolvidables (sin obviar su faceta televisiva al frente de series como Alfred Hitchcock presenta…) se basó en multitud de ocasiones en obras literarias a la hora de encontrar la inspiración adecuada para despertar el asombro entre sus espectadores. De entre toda su filmografía, algunas de las películas que más me impactaron y que posiblemente haya visto en más ocasiones son las que visitan hoy Homo libris, basadas todas ellas, como apuntaba, en libros ya existentes.

De la etapa británica de Hitchcock, una de sus películas de persecución más interesantes es Los 39 escalones (The 39 steps), un filme en el que un inocente deberá fugarse de una serie de asesinos que intentan liquidar a Annabella Smith, quien confiesa a nuestro protagonista, Richard Hannay, que es una espía que ha descubierto un complot para robar unos secretos militares de Inglaterra. Esa misma noche será asesinada y Hannay deberá huir para salvar la vida. El guión de la película está basado en la novela de John Buchan del mismo título. Curiosamente, Buchan fue recomendado por el mismísimo Robert Graves para un puesto de profesor en la Universidad de El Cairo, tras lo cual sería nombrado presidente de la Sociedad Escocesa de Historia.

A esta misma etapa pertenece Alarma en el expreso (The lady vanishes), donde el director nos lleva a un país ficticio de Europa central donde contemplamos cómo avanza un tren en el que viajan una serie de pasajeros con destino a Londres. A causa del mal tiempo, el tren debe detenerse en un pueblo, y será ahí donde desaparecerá uno de los viajaros. Cuando nuestra protagonista intenta localizarlo, nadie parece haberlo visto o conocido nunca. Esta película se basó en la novela The Wheel Spins, de Ethel Lina White, una autora británica de novelas de misterio.

Rebeca (Rebecca), rodada en 1940 es, posiblemente, la película de Hitchcock cuyo referente literario está más claro. La novela de Daphne Du Maurier es sencillamente opresiva y maravillosa. En ella, Maxim de Winter viaja a Montecarlo tras la muerte de su primera esposa, Rebeca, y allí contrae matrimonio con una joven a la que llevará, tras la luna de miel, a Manderley, la mansión de los de Winter. Sobre ellos planeará la sombra de la fallecida Rebeca y el misterio que rodeó siempre su muerte. Sin duda alguna es un libro más que recomendable y con el que, por cierto, no terminó la relación entre autora y director. La no tan conocida Posada Jamaica y la que pudiera ser la película más representativa de Hitchcock, Los pájaros, están también basadas en relatos de Du Maurier.

Recuerda (Spellbound) es otra de las películas más emblemáticas de Hitchcock. Una de sus escenas más recordadas es la secuencia onírica creada por Dalí, donde aparece un hombre con unas tijeras gigantes cortando uno ojo en un claro homenaje a Buñuel. Se basó en la novela The House of Dr. Edwards, de Francis Beeding, y en ella se recrea la angustia de la pérdida de memoria del doctor Edwards y el amor de la doctora Constance Petersen hacia él, en el opresivo ambiente de una clínica psiquiátrica donde nada es lo que parece a primera vista.

La Soga (Rope) es una de mis películas preferidas del director. Entre sus peculiaridades se cuenta el curioso metraje de la misma, con escenas de 10 minutos de duración, que era el tiempo máximo de grabación que permitían las cámaras en aquél momento. La idea de Hitchcock era grabarla en tiempo real, en una sola toma que recrease el espíritu del texto en que está basada, una obra de teatro de Patrick Hamilton. Ante los impedimentos técnicos que mencionaba, la primera película a color de Hitchcock recurrió a diversos fundidos sobre zonas oscuras de la escena para dar la sensación de continuidad de la acción.

Atormentada (Under Capricorn) nos lleva a Australia para presentarnos la historia de amor y celos de Cahrles Adare, Henrietta y Sam Flusky. No es una de las películas más afortunadas del director y es que, basada en una novela de Helen Simpson, su ritmo extremadamente lento y el escándalo surgido de la noticia de la infidelidad de Ingrid Bergman con Roberto Rossellini no supusieron la mejor publicidad para la cinta (hoy día, posiblemente, este último hecho habría provocado justo el efecto contrario).

Una de las películas de Hitchcock de la que guardo mejor recuerdo es Extraños en un tren (Strangers on a train). Basada en la novela del mismo nombre de Patricia Highsmith, tanto la cinta como el libro son altamente recomendables si os gustan las historias de intriga bien urdidas. En la elaboración del guión trabajo, al menos en una primera etapa, Raymond Chandler, por lo que podemos ver que Hitchcock sabía escoger bien a sus colaboradores (aunque luego chocase frontalmente con ellos, como fue el caso de Chandler, por la visión que cada uno tenía del desarrollo de la historia). La novela parte de una situación inocente, como es el encuentro en un tren del famoso tenista Guy Haines y su admirador Bruno Anthony, y a partir de la misma desarrolla una trama que busca el grial criminal de todos los tiempos: el crimen perfecto.

No fueron estas las únicas obras de Hitchcock basadas en novelas, cuentos u obras teatrales. Yo confieso (I confess), por ejemplo, está basada en la obra de teatro de Paul Anthelme, Nos Deux Conscience. Crimen Perfecto (Dial M for a Murder), otra obra imprescindible, se basa en la de Frederick Knott y El hombre equivocado (The wrong man), en la novela de Maxwell Anderson La verdadera historia de Christopher Emmanuel Balestrero. Vértigo (de entre los muertos) (Vertigo) se lo está en la novela escrita por Pierre Boileau y Thomas Narcejac Sueurs froides: d’entre los morts. Frenesí, por su parte, se basó en Goodbye Picadilly, Farewell Leicester Square, de Arthur La Bern y Topacio (Topaz) en la de León Uris

Para terminar, Psicosis, otra de las obras emblemáticas de Hitchcock, encontró su inspiración en en la novela homónima de Robert Bloch, y poco (mas que, simplemente, todo) puede decirse sobre una película que ha pasado a la memoria colectiva de varias generaciones. Vedla y, por supuesto, os animo a leer a estos autores y a descubrir un poco más al maestro del suspense.



jueves, 13 de agosto de 2009

Una entrada musical

Bueno, nos vamos para tierras gaditanas aunque será por poco tiempo (demasiado poco). Os dejo, entretanto, con las entradas sobre nuestro amado Rey Arturo y, aunque no sea lo habitual, con una entrada musical que acompañe la lectura. Un poco de música de ambientación medieval (o no tanto, pero a estas horas de la madrugada se me va al pinza) que, espero, sea de vuestro agrado.
















El rey Arturo y algunas obras derivadas

Se da en ocasiones la paradójica situación de que un personaje, una historia, un drama, se ven replicados sin llegar a cansar; dan de sí tanto como para que numerosas reescrituras (y relecturas) no los agoten, y nos encontramos ante una reiteración en las historias, una búsqueda dentro de las mismas que no llega a cansar al lector sino que, por el contrario, le llevan a una situación de éxtasis donde quiere más, y más, y más, de ese personaje, historia, drama, que le atenaza sin posibilidad de escape. Algo así me ocurrió con el rey Arturo cuando, a lo largo de los años, fui haciéndome con diversas obras derivadas de su corpus principal, el que describía ayer y que está basado fundamentalmente en la obra de Malory (insisto, creo que merece una relectura por mi parte y una profundización en la misma, bien sea por mi parte, bien por algún lector de este blog, que nos ofrezca una visión más extensa a la par que profunda de la misma).

Entre los libros a que me refiero se cuentan los de Stephen R. Lawhead, el genial autor de La Canción de Albión, una trilogía en torno a la cultura celta que bien merece unas tardes de lectura, y que no estuvo tan inspirado (a mi parecer) cuando escribió su Ciclo Pendragón, una serie de cinco novelas basadas en el ciclo artúrico que adereza con una fantasía desmesurada y unos toques de la leyenda de la Atlántida. Sus diálogos son de lo más acertado, aunque personalmente la saga no terminó de convencerme y no fui capaz de completarla. En casa cuento con los dos primeros volúmenes, y creo recordar que leí el siguiente de la biblioteca pública. Posiblemente no sean lo mejor que se ha escrito sobre Arturo, pero no obstante, creo que pueden ser entretenidos como introducción al mito del rey de Britania.

Más suerte tuvo El rey, una curiosísima novela de Donald Barthelme que tuve la suerte de conseguir a través de Círculo de Lectores hará poco más de diez años. Imaginad a Arturo, a la reina Ginebra, a Lanzarote y Merlín, en plena Segunda Guerra Mundial compartiendo escenario con Churchill o Ezra Pound. El ideal caballeresco de Arturo choca con la sucia guerra que le ha tocado afrontar, intenta mantener al reino cohesionado y a su reina junto a él, en tanto los acontecimientos se desarrollan aceleradamente a su alrededor. Se trata de un libro curioso, plagado de diálogos y situaciones absurdas que, a su vez, invitan a la reflexión. Una curiosa novela que huye del pastiche para convertirse en un referente de la literatura antibelicista. Una maravillosa obra difícil de conseguir en castellano (hay pocas traducciones de la obra de Barthelme a nuestro idioma y, que me conste, la única de El rey es la de Círculo. Eso sí, creo que hay un PDF por Internet que, a las malas, puede serviros para descubrir esta obra que, a día de hoy, sólo puede conseguirse mediante la visita a librerías de viejo.

Aproximadamente un siglo antes que Barthelme, un compatriota suyo llevó a cabo una incursión en Camelot para presentarnos a un curioso personaje en el territorio del rey Arturo. Se trataba de Mark Twain, y su novela Un yanqui en la corte del rey Arturo llegó a divertirme de niño, cuando cursaba la ya cuasi olvidada EGB, con sus hilarantes situaciones. Sin duda, una de las novelas menos respetuosas con el ciclo artúrico, pero que merece la pena ser leída y disfrutada desde una perspectiva alejada siempre de la rigurosidad histórica (y literaria).

En territorio patrio también han existido autores que han incursionado en el corpus del ciclo artúrico. De Álvaro Cunqueiro encontré en casa la novela Merlín y Familia, un libro repleto de ironía, de fantasía repleta de lirismo, donde Felipe, el paje de Merlín, va desgranando en sucesivas historias los hechos que acontecieron durante la vida del mago. Dividida en dos partes, la primera de ellas nos va mostrando cómo Merlín atiende a diferentes personajes que acuden a él en busca de ayuda. En la segunda, Felipe, que ha entrado a formar parte del personal de la posada de Termar, nos cuenta las historias de algunos peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela. Cunqueiro no reincide en las historias conocidas, sino que hace uso del personaje, Merlín, para narrar nuevas crónicas que poco o nada tienen que ver con el ciclo artúrico tal y como lo conocemos. El autor de Las crónicas del Sochantre, una vez más, se luce.

También Manuel Rivas, un autor por el que tengo especial predilección, ha incursionado en el mito del rey Arturo. Su obra En salvaje compañía recrea el mito del Rey de Galicia, un cuervo blanco con grilletes de plata y bola de azabache que reina sobre los trescientos cuervos de Xallas, y que establece sutiles relaciones con la mitología celta, desde su Galicia natal, y con Arturo y sus caballeros.

Ahora tengo pendiente la lectura de Las nieblas de Avalon, de Marion Zimmer Bradley, una serie de cuatro novelas con la que por fin me hice en Valencia hace unos días, y de la que existen opiniones encontradas. Se trata de una revisión del mito artúrico desde el punto de vista de sus mujeres. Pude ver la adaptación cinematográfica y lo cierto es que me gustó, de modo que espero, al menos, encontrarme con unas novelas amenas que, aunque no sean demasiado rigurosas con la historia original, me diviertan lo suficiente. Y, eso sí, queda pendiente una relectura de la obra de Malory (de ahí que no avanzase demasiado en la anterior entrada) y un artículo al respecto.

Tengo pendiente, eso sí, leer algún ensayo sobre este tema. He descubierto el ensayo Historia del Rey Arturo y de los Nobles y Errantes Caballeros de la Tabla Redonda, de Carlos García Gual (gracias a la entrada de Alienor, sin la cual posiblemente no habría echado cuentas al prólogo de mi edición de La muerte de Arturo, de Malory o a este ensayo), y estoy deseando hacerme con él en cuanto pueda pasarme por la librería más cercana. Ya os contaré algo al respecto cuando pueda leerlo.

¿Cómo es vuestra experiencia con las obras en torno al rey Arturo, ya sean estas más o menos fieles a las fuentes originarias de la leyenda? ¿Habéis leído alguna de las obras que menciono, o me recomendaríais alguna en particular?

Os dejo, por fin, con la canción Mordred’s Song de los teutones Blind Guardian.



miércoles, 12 de agosto de 2009

El rey Arturo en la literatura

Aprovechando los días de (iba a escribir asueto, pero pronto comprobaréis que no ha sido así) vacaciones, he estado en casa de mis padres haciendo alguna que otra reforma y pintando algunas habitaciones. Al trasiego que acompaña habitualmente estos menesteres se han sumado las súplicas de mi madre para que libere un poco los estantes de las librerías y las amenazas de mi padre en el mismo sentido. Así que como soy un hijo verdaderamente digno de tal nombre, me he dedicado a reordenar, clasificar y guardar parte de mi colección de libros, liberando de algo de su peso a las vencidas estanterías. Entre los libros que han ido apareciendo se encontraban algunos sobre Arturo y su cohorte de nobles caballeros, y ya hacía tiempo que vengo pensando escribir algo sobre ellos, qué mejor ocasión para hacerlo que repasando algunos de estos títulos. Dicho lo cual, comenzaré por el principio, esto es, por el origen de la leyenda.

Existen ocasiones en las que realidad y fantasía tejen conjuntamente las historias que pasan al imaginario popular y terminan por convertirse en parte de la cultura de los pueblos. Personajes de ficción que no fueron tales, pero que la pluma de los poetas ensalzó hasta convertirles de meros guerreros en reyes, de hombres temerosos de un dios y de la muerte en algo menos que dioses. Es el caso del protagonista de las obras literarias que hoy visitan el blog, nada más y nada menos que el rey Arturo. El origen de la leyenda se remonta al siglo séptimo, cuando un caudillo de Britania supo contener las andanadas de tropas sajonas que intentaban conquistar las islas y que, por gracia y obra del arte de los bardos, terminó convertido en rey. Esto, claro está, en el simplista resumen de unos hechos sobre los que tal vez convendría profundizar y que, a buen seguro, alguno de vosotros sabríais narrar con mayor propiedad.

El primer libro “serio” sobre el rey Arturo que leí fue el de John Steinbeck, Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros. Desde su peculiar introducción, apelando a la memoria de los lectores para recordar las dificultades para adquirir una adecuada (y maravillosa) comprensión lectora, Steinbeck consiguió atraparme para acompañarle en el recorrido vital de Arturo; partiendo de su concepción por parte de Uther Pendragon en el vientre de Igrayne, hasta su muerte en lucha singular con su hijo Mordred, Arturo y los caballeros de quienes se rodea viven numerosas aventuras y logran no menos cuantiosas hazañas que, de momento, no es necesario desvelar, y que os invito a descubrir en el libro en cuestión.

También me gustaron las obras de T.H. White sobre Arturo. Conocidos en España por el título general de Camelot (The Once and the Future King), comprende varios volúmenes (La espada en la piedra, La reina del aire y las tinieblas, El caballero maltrecho, Una vela en el viento y El libro de Merlín) son, sin duda, los libros que más han influido en el conocimiento del ciclo artúrico, aunque no son los más fidedignos a la Vulgata. Curiosamente, la adaptación cinematográfica de la factoría Disney (Merlín el encantador) está basada en el primero de los libros de White. Estos libros están más cerca de la fantasía que de la recreación histórica, pero aun así merece la pena leerlos.

Tanto Steinbeck como White bebieron de las fuentes del ciclo en la pluma de Sir Thomas Malory. Imperdonablemente, leí tardíamente La muerte de Arturo, pero cuando lo hice me encantó. Años después me haría con la edición de Círculo de Lectores, que respeta la original de Caxton e incluye hermosas ilustraciones que embellecen el conjunto: dos volúmenes encuadernados en tela, con papel ahuesado que convierten la lectura en un verdadero placer, máxime cuando la traducción corre a cargo de Francisco Torres Oliver.

No podía dar por concluida la entrada sin nombrar a Tennyson, sin duda alguna uno de los poetas ingleses más influenciados por la obra de Malory. Hace apenas una semana se cumplían doscientos años de su nacimiento (de ahí que no ha mucho trajera al blog una reseña sobre su hermosísimo The lady of Shalott), y hoy quería finalizar la entrada invitándoos a releerle, a descubrir a Malory, a ver Excalibur (sin duda, una de las versiones cinematográficas del mito que resultan más interesantes) y citándoos en una próxima entrada donde repasaremos algunos otros títulos tal vez menos ortodoxos pero interesantes igualmente, basados en el corpus de la leyenda artúrica.

sábado, 8 de agosto de 2009

Estado crepuscular, de Javier Negrete

La ciencia ficción, especialmente la patria, no es muy dada a reírse de sí misma. Aunque existen precedentes realmente memorables; algunos cuentos de Asimov, Los viajes de Tuf de George R. R. Martin, la inolvidable serie de novelas de Douglas Adams sobre el autoestopista galáctico y la española Los viajes de Gurb, de Eduardo Mendoza, son algunos de ellos, que mantienen en algunos casos la reflexión en torno a la humanidad, su pasado, presente y futuro, que conforma en muchas ocasiones el núcleo principal del género, y que en otros meramente buscan la diversión del lector.

Estado crepuscular, una breve novela de Javier Negrete, podría circunscribirse sin mucho problema en la segunda de las categorías, y en su descargo diré que cumple con creces su función. Hasta la fecha tenía pendiente leer algo del conocidísimo autor, verdadero referente del género fantástico y de ciencia ficción en nuestro país, y que parece gozar con aproximaciones a la mitología grecorromana en sus novelas. Tenía la intención de leer La Espada de Fuego hacía tiempo, pero ha sido un libro cuya lectura he terminado por ir posponiendo de forma indefinida, y ha sido con ésta, al parecer, atípica aproximación humorística del autor, con la que he terminado por conocerle. Pero, como digo, no podría haber sido de una forma mejor.

Lo cierto es que me divierten muchísimo las novelas de Eduardo Mendoza sobre su no muy cuerdo detective sin nombre (conocido), y que tras una primera aproximación fallida a Lo mejor que puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusset, terminé por leer la novela del tirón. Curiosamente, siempre ha sido en verano cuando he aprovechado, de forma consciente, para embarcarme en estas lecturas más ligeras y puede que, a la par, propicias para el periodo estival. Cuando comencé Estado crepuscular no podía imaginarme que me encontraría ante una historia y un protagonista, David Milar, de características similares a las citadas.

David Milar es un joven aficionado a la fiesta, la bebida y las mujeres, que en su afán de beneficiarse a la hermosa Mirtila acepta un trabajo que le pondrá en el brete de psicoanalizar el ordenador biológico de un lejano y hostil mundo. Aunque nuestro héroe, con gran confianza en sí mismo, se ve capaz de salir airoso de cualquier situación (máxime cuando hay faldas de por medio y cree poder sacar algún beneficio orgiástico de la misma), pronto descubriremos que necesitará algo más que suerte para mantenerse entre los vivos.

Como digo, el libro no pasará a los anales de la literatura universal, mas sí conseguirá hacernos pasar un rato agradable y divertido y, posiblemente, arrancarnos más de una carcajada. Os dejo con una de las primeras reflexiones de David Milar para que os hagáis un poco a la idea sobre el carácter de tan singular personaje:
Cuando más tarde hice el análisis de aquella noche, encontré algo extraño en lo sucedido. Me había fingido psiquiatra para A) tirarme a la concupiscible Mirtila Lump con la condición de B) viajar a Hoonai, el planeta de los Kghasatshu –singular, Satshu-,y curar un alienígena loco. Podría haberme limitado a A), encontrar las lógicas satisfacciones en ello, desaparecer en la estación Sheffield y que se buscara a otro para B). Pero, y he ahí lo raro, cumplí con B), como ahora les narraré, y en cuanto a A), después de despojarme el bolsillo con los malditos Chivas, la muy pécora me dejó en la puerta de su habitación con tres palmos de NARICES.

viernes, 7 de agosto de 2009

Algunas impresiones sobre Papyre

Hace poco más de un par de meses que vengo disfrutando de mi flamante Papyre (nombre con el que se distribuye en España el lector de libros electrónicos Hanlin V3), y aunque en principio quería dedicar algún tiempo a juguetear con él y probar distintas versiones del firmware, llevar a cabo comparativas entre ellos y el software de lectura para los distintos formatos que admite el dispositivo, finalmente me he centrado en leer, leer y leer. Puede que ahora, en el periodo vacacional, le dedique algún tiempo a estos menesteres, o puede que no. Es lo bueno de las vacaciones, que hasta cierto punto tenemos libertad para optar por llevar a cabo aquellas actividades que más nos plazcan. Hasta las más absurdas.

Aunque lo cierto es que la experiencia con el lector merecería un artículo más detallado, ante la petición de Lucía en los comentarios de la entrada de hace un par de días, voy a resumir en pocas líneas mi impresión sobre el Papyre, en una serie de puntos (una de cal y otra de arena):
  • Lo primero que podría decir sobre el lector es que, en efecto, sirve para leer. Parece una obviedad, pero no lo es. Es un dispositivo dedicado, es decir, que su función está centrada en servir como soporte para la lectura, y cumple con creces la misma. Se lee bien, con la nitidez que podría darnos el soporte en papel tradicional, y en cuanto te acostumbras a pasar las páginas con sus botones prácticamente no te das cuenta de si estás leyendo en un aparato electrónico o en un libro tradicional. Obviamente, para carcas como yo, siempre será preferible el formato clásico (el olor, el tacto, el sonido de las páginas al pasarlas…), pero quien diga que es menos cómodo para leer, miente.
  • Una de las limitaciones del Papyre frente a otros lectores electrónicos es que no permite realizar anotaciones, marcado del texto (únicamente tiene unos pocos marcapáginas electrónicos), por lo que su utilidad se ciñe a la lectura, dificultando su uso como “libro de texto” o material auxiliar para el aprendizaje. Estas labores se pueden llevar a cabo complementándolo con una libreta o editando el texto con un ordenador, siempre que sea un formato abierto. Es el caso del FB2 (realmente un documento de texto, en formato XML, con una determinada estructura), el RTF o los documentos de Microsoft Word u OpenOffice, pero no del PDF y otros formatos cerrados (propietarios).
  • El conversor que incluye el Papyre, así como otras aplicaciones existentes, permiten convertir fácilmente entre los formatos citados y otros que admite el lector. De este modo podemos pasar al formato que más nos guste los textos para facilitar su lectura. Tened en cuenta que el formato idóneo del Papyre es el FB2. Lo lee con rapidez, se le pueden aplicar distintos estilos y existe un mayor control sobre el tamaño de letra, tipografía, etc. También carga con mayor rapidez, aunque esto dependerá del software usado para leerlo, y que podremos cambiar como decía anteriormente: sustituyendo el firmware (en cierto modo, el sistema operativo) de la máquina.
  • Del software quería hablar, y es que aunque el que trae de serie el Papyre no está nada mal, sí que tiene algunas limitaciones en la lectura de documentos PDF (pocos niveles de zoom), que suelen estar preparados para ser leídos o impresos en un papel de tamaño A4, y que son demasiado grandes para la pequeña pantalla del Papyre, por lo que hay que llevar a cabo operaciones de escalado que tienden a ralentizar nuestra lectura. Más que esto, me resulta molesto el uso de los guiones en la separación de palabras. El software no es capaz de distinguir todas las sílabas de forma correcta, por lo que en ocasiones lleva a cabo fraccionamientos de palabras de la forma más rudimentaria. “Duele” la vista al leer cosas como las que siguen:
aleg-
re

juici-
o

calig-
rafía
  • Además de resultar molesto y despistar de la lectura, me temo que puede ser un problema a la hora de que lean los jóvenes: entre la escritura SMS y esto, rematamos la lengua. Bien cierto es que no le ocurre siempre, pero con que te aparezca una o dos veces por capítulo, te destroza la lectura, y aunque no es un problema del dispositivo en sí mismo, sino del software que incluye, creo que es algo a mejorar.
  • Uno de los aspectos que más me ha gustado es su autonomía. Dos meses, unos 10 ó 12 libros leídos en él, y he tenido que cargar la batería únicamente en tres ocasiones. Sí, le dura prácticamente un mes. Además, la batería que incluye no es más que la de un modelo de teléfono móvil de Nokia, por lo que no debe ser demasiado difícil ni cara de obtener.
  • La conectividad no es su fuerte. Un cable USB nos permite acceder a la tarjeta de memoria y a la memoria interna del dispositivo. Ni Wi-Fi, ni Bluetooth, ni nada por el estilo. Por otro lado, y sinceramente, no creo que lo necesite si lo vamos a usar para leer libros (ahora bien, su uso como lector de noticias y fuentes RSS podría mejorarse si contase con estos de comunicación inalámbricos). Además, así no viene Amazon a quitarnos los libros que ya habíamos comprado, como ha ocurrido con las novelas de Orwell y Kindle, el lector de libros electrónicos de esta compañía. Y es que, señoras y señores, en ocasiones la realidad supera a la ficción… Aunque sea en 2009 y no en 1984 ;)
Pronto os iré contando más cositas sobre el Papyre, si hay interés en saber algo más sobre él. Entretanto, si os interesa el tema, os recomiendo un blog que suele publicar noticias sobre lectores electrónicos: Libros & Tecnología.

El secreto

El día de ayer se hicieron públicos los nombres de los finalistas del Concurso Eón, del blog Literatura Youth Fantasy. Tanto nuestra querida Elwen como Iván González han sido seleccionados para pasar a la final del mismo. Desde aquí os invito a leerles y, por supuesto, a decidir de entre ellos el que os parece merecedor de alzarse con la victoria, que vendrá acompañada por un jugoso premio: un ejemplar de la novela Eón, El despertar del ojo de dragón. Para ambos finalistas, toda la suerte del mundo ante el próximo fallo del ganador.

El concurso me incitó a escribir nuevamente (llevaba años sin hacerlo, al margen de los blogs, claro está), y aunque el resultado no es todo lo bueno que me habría gustado, aquí os dejo con el relato que presenté al mismo. Espero que sea de vuestro agrado ;)


El secreto

Sobrevuelan el valle trazando amplios círculos hasta que, en un momento dado, rompen su monótona danza para concentrarse sobre un punto lejano, y los círculos, ahora concéntricos, se vuelven más y más cerrados, como el vórtice de un oscuro huracán que delata lo que ya presentíamos; el cadáver de una oveja ahogada, vapuleado y arrastrado por el río permanece en su orilla, hinchado y recubierto de fango. El primero de los buitres desciende hasta tocar el suelo a pocos metros del despojo y se acerca con desgarbados saltos hasta él. Su envergadura atemorizaría a un hombre fornido, pues con su pico ganchudo sería capaz de arrancarle la nariz o algún dedo, en caso de sentirse acosado. Por eso, es normal que nos mostremos cautos ante los hechos que están a punto de acontecer y que despertarán nuestro estupor.
El buitre ataca con voracidad los restos de la oveja mientras algunos de sus compañeros se acercan saltando por el suelo hacia él, cuando no están haciendo ya el amago de descender. Sin embargo, algo ocurre. Los buitres levantan el vuelo nuevamente graznando estrepitosamente y, en apenas un instante, que para el buitre que se estaba alimentando debió parecer una eternidad, de entre el ramaje de unos abedules que crecen junto al río surgen dos figuras corriendo, llevando entre sí un cedazo de hilo grueso que se expande conforme avanzan y van alejándose la una de la otra. El buitre, ahíto, intenta remontar el vuelo con pesados aleteos mientras las figuras lanzan un agudo grito preñado de excitación y, al momento, de frustración. Lanzan la red al aire, en un último y fallido intento de capturar al ave. Pero es inútil, el buitre se aleja sin que puedan detenerle.

***

Las dos figuras permanecen ahora tumbadas entre el cereal, mirando al cielo, cabeza contra cabeza, pensando en la mala suerte que hace unas horas les privó de la diversión de la captura. De haberse hecho con él, habrían pintado las alas del buitre de rojo, el color sagrado de la tribu, y ahora estaría coronando las cumbres de las montañas con el emblema de su poblado. Como son apenas dos niños, el enfado se les pasará pronto y, al no haber llegado aún el tiempo de la cosecha, mañana podrán volver a intentarlo. Uno de ellos, el del pelo rubio, deja de mirar las evoluciones aéreas de los abejarucos y dice algo, con la voz ronca del hombre que llegará a ser.
– No fue mi culpa –responde la joven, inclinando la cabeza para mirarle–. Corrí tan rápido como tú.
El joven calla, molesto consigo mismo porque sabe que ella tiene razón. La mira a los ojos, tan negros como su pelo, que aparece salpicado de restos de hierba seca y semillas.
– Sé donde hay un nido –dice finalmente.
– Yo también, en las montañas y en la cárcava.
– No, no un nido de buitre –dice él y, al intuir en los ojos de ella la pregunta, concluye–. UN NIDO.
Ella no puede creerle, pero sólo hay una manera de saber si dice la verdad.
– ¿Cuándo?
– Mañana, al amanecer.
Ya es noche cerrada cuando llegan al poblado. Las pieles aceitadas de las ventanas desvelan el anaranjado y cálido color del hogar. Iriam y Aluia se despiden y cada cual se dirige a su casa.

***

El autillo lanza con voz estentórea su reclamo, y la luna menguante cuelga sobre El Valle cuando dos figuras se alejan del poblado. A sus espaldas llevan un costal con algo de comida para pasar el día. El sol les descubre caminando a los pies de la cadena montañosa que resguarda al valle y lo alimenta con el río que nace de sus entrañas. El ascenso les llevará buena parte del día, pero acompañan su caminar con cantos alegres sobre las aventuras de héroes desconocidos que nunca visitaron El Valle, ni conocen sus poblados, ni están interesados en hacerlo. Sin embargo, cantar resulta divertido, aleja al miedo y al cansancio, que se hace más acusado conforme el calor de la jornada va a más.
La pareja, que ha hecho un alto en el camino para comer algo, divisa a lo lejos unas figuras que sólo pueden ser los buitres que han encontrado algo que comer. Aluia empieza a pensar si no habría hecho mejor ignorando al fantasioso de Iriam y si no habrán perdido la oportunidad de capturar uno de esos buitres. Hoy, incluso, le parece ver algún que otro buitre negro entre las circunvoluciones que les acercan de cuando en cuando a la montaña.
– ¿Queda mucho? –se atreve a preguntar finalmente.
– Bastante. ¿Qué pasa, ya estás cansada?
– Por supuesto que no, sólo preguntaba –y para corroborar su afirmación se pone en pie–. ¿Vamos ya?
– Venga.

***

La tarde empieza a declinar cuando llegan a una hoya cercana al pico más elevado que se puede divisar desde el poblado. En su fondo, una laguna de heladas y negras aguas remansadas les invita a beber. Aluia se acerca a Iriam, que está llenando la cantimplora.
– Empieza a refrescar –dice, y se golpea fuerte los brazos, que mantiene cruzados abrazándose a sí misma.
– Era de esperar. Espérate a que descendamos y verás.
– Pero primero veremos el nido, ¿no?
– Por supuesto, pero ahora acamparemos aquí. Es peligroso que nos anochezca mientras escalamos el pico.
– ¿Acampar? ¡No me dijiste nada de acampar! –Aluia se muestra irritada–. ¡Mis padres me matarán, no les dije que pasaría la noche fuera! ¡Ni siquiera saben que subimos a la montaña!
– Pues ahora puedes hacer dos cosas: o bajas, o te quedas. Es tu elección.
Iriam comienza a deshacer su hatillo para preparar el lecho, mientras Aluia se aleja enfadada. Iriam se acurruca, se tapa y cierra los ojos.

***

Iriam se despierta cuando oye crepitar el fuego, abre los ojos y, ya tranquilo, se despereza trabajosamente.
– ¿Pensabas dormir mucho más? –Aluia parece enojada, pero sus ojos verdes parecen desmentirlo–. Vamos, o no llegaremos nunca. Y espero de verdad que merezca la pena.
Iriam desayuna con avidez y se lame los dedos al terminar. Juntos, Aluia e Iriam, parten en dirección al pico.

El ascenso es duro, y las manos y rodillas nuestros jóvenes héroes sufren lo indecible. Las yemas y nudillos aparecen arañados y despellejados, las pantorrillas comienzan a acusar las agujetas de la caminata del día anterior y los infinitos rasguños de las aulagas hacen mella en su ánimo, pero continúan subiendo sin descanso. El último trecho es el más duro, y sólo a media mañana consiguen llegar hasta su destino.
– Mira, allí está –señala Iriam–. ¿Lo ves?
– No, no consigo verlo.
– Allí, donde la veta rojiza.
– ¡Sí! ¡Lo veo! –Aluia se muestra mucho más animada–. ¿No es un poco pequeño? –pregunta con suspicacia.
– No, no lo es. Desde aquí puede parecerlo, pero es grande. Lo suficientemente grande. Vamos.
Van bordeando el pico, y descienden por su cara norte, acercándose a su gemelo, que queda oculto por éste cuando se mira a las montañas desde El Valle. El nido va creciendo de tamaño conforme se acercan, o al menos es la apreciación que tienen. No parece estar ocupado, o al menos no divisan movimiento alguno en el interior. Cuando llegan al lugar más cercano que les es posible alcanzar, ascienden un poco para quedar en una posición privilegiada, frente al nido y algo elevados respecto al mismo. Allí apostados pueden ver el interior, y ahora sí, un par de bultos de críptica piel que les hace parecer de pura roca se mueven un poco, y vuelven a la inmovilidad.
– Ahí los tienes –susurra orgulloso Iriam–. Dos espléndidos ejemplares.
– Dos dragones de roca –Aluia no puede contener la emoción–. ¡Era cierto!
– Por supuesto que era cierto. ¿Qué te creías? –Iriam parece mostrarse enfadado, aunque Aluia sabe que sólo está fingiendo–. ¡Mira!
Uno de los pequeños dragones ha abierto los ojos. Les contempla con su mirada de oro fundido. Las ancianas siempre dijeron que el ojo del dragón de roca es puro magma en ebullición, y que es capaz de convertir en piedra al hombre que intente darle caza. Aluia, embelesada, le mantiene la mirada. El dragón no parpadea, limpia su ojo con la membrana nictificante, y al cabo de unos minutos lanza un curioso silbido. Su hermano, que permanecía dormido, despierta alertado y extiende sus pequeñas alas mientras acompaña al grito de su hermano.
– ¡Aluia! ¡Al suelo! –grita Iriam mientras tira con frenesí de la mano de Aluia.
Ésta se ha levantado y permanece ajena al sonido del batir de unas alas de cuero que parecen acercarse. Finalmente se deja arrastrar, y ambos se mimetizan como pueden con el suelo rocoso. Un dragón de roca adulto, uno de los padres de las dos criaturas que permanecen en el nido, se acerca portando en sus garras el cadáver de un ciervo. Se posa junto al nido con una suavidad que parece imposible en un animal de su tamaño, y comienza a alimentar a su prole. Aluia e Iriam no pueden dejar de mirar, fascinados ante la escena que se representa a sólo unos metros de ellos. Saben que su vida corre peligro, que si el inmenso dragón de roca les descubriese con sus acerados ojos terminaría con ellos. No puede permitirse que descubran su nido. No ahora, no cuando quedan tan pocos. Lo que no sabe, lo que ni tan siquiera puede imaginar es que a Aluia e Iriam tendrían que sajarles la piel y los músculos para arrancarles una confesión, y que ni tan siquiera así podrían conseguirlo. Ellos sí lo saben, y permanecen abrazados y asustados, con lágrimas en los ojos ante la maravilla del secreto que comparten ahora y que nadie les podrá arrebatar.