viernes, 22 de octubre de 2010

Editores

Desde hace tiempo se me acumulan las entradas por escribir casi al mismo ritmo que los libros pendientes de leer. Una que tenía en mente meses atrás y que he recordado recientemente, por partida doble además, gracias a la última entrada de Alienor en La isla de Calipso y la lectura de un artículo del último número de la revista gratuita Mercurio (dedicado a la ciencia ficción y que os recomiendo leer si podéis haceros con ella, ya que suele estar disponible en bibliotecas públicas y en algunas librerías, o bien a través de la edición de su sitio web, desde donde es posible descargarla en formato PDF), quería dedicarla al papel que juegan los editores sobre las publicaciones y el resultado final de los libros que leemos. La lectura hace nuestra, como lectores, la historia de los libros que escribió un autor, sí. ¿Pero hasta qué punto es el libro también del editor? ¿Hasta dónde llegan sus funciones y a partir de qué momento se estarían extralimitando en su función? En palabras de los propios protagonistas:
Editar es, dentro de cada registro, de cada categoría, de cada tipo de libro que se escoja, un acto de selección, de búsqueda de lo valioso, de separación del polvo de la paja, de respeto al tiempo y la inteligencia del posible lector.
Jordi Nadal y Paco García, Libros o velocidad.
La función de un editor es poner en contacto gente que tiene algo que decir con gente que quiere escuchar.
José Manuel Lara Bosch, Conversaciones con editores en primera persona.
Ser editor más que un oficio es una astucia, que había que reivindicar como una determinada tradición artesanal que guarda una relación muy estrecha con la esencia misma de lo que se podría llamar creación.
Alejandro Sierra, Memoria de 15 encuentros sobre la edición.
Un editor, por tanto, interviene como un puente entre autor y lector (algo que se ha venido diluyendo cada vez más con el avance de las NTIC) que, además, hace una apuesta cada vez que decide publicar la obra de un autor, ya que además de poder estar apasionado en un grado mayor o menor por los libros es, no lo olvidemos un empresario.

Existen numerosos ejemplos de editores que se arriesgan publicando obras cuya posible repercusión entre los lectores resulta dudosa, que van más allá de lo meramente comercial o de lo que saben que se venderá con facilidad. También los hay que han mostrado una incomprensible ceguera ante obras que el tiempo se ha encargado de colocar en el lugar de honor en el que siempre les correspondió estar.

Así, son conocidos los casos como el de George Orwell , que intentó publicar Rebelión en la granja enviándolo al Dial Press de Nueva York desde donde le respondieron que las historias de animales no tenían buena acogida en Estados Unidos, tras lo cual hizo llegar una copia a la oficina de T. S. Eliot, que además de conocido suyo era conservador político, pero que tal vez no quiso arriesgarse a respaldar la obra dada la alianza existente entre Inglaterra y Rusia en aquel entonces. Para más inri, un agente del Ministerio de Información británico se encargó de advertir a algunos editores, por lo que fueron rechazando la novela sistemáticamente hasta que una pequeña empresa, Secker & Warburg, se hizo cargo de la obra haciendo una tirada limitada de la misma para fortuna del autor (no económica, ya que recibió 45 libras por ella) que se había planteado incluso publicar el libro por su cuenta junto a un amigo.

Flaubert sufrió también a su editor, Charpentier, cuando tras un segundo año prometiéndole la publicación de una edición especial de La leyenda de San Julián el hospitalario, este prefirió sacar a la luz un texto más comercial de otra autora. La ira del buen Gustave tuvo que ser apaciguada por un amigo que le hizo ver que en tanto esta obra menor acabaría olvidada la suya seria inmortal. En otra ocasión la desventura del autor vino de la mano de la del editor, ya que la publicación de Madame Bovary fue recibida con acusaciones de inmoralidad que les llevaron ante los tribunales donde, afortunadamente, resultaron absueltos.

Más dramático fue el fin de Kennedy Toole, que se suicidó a los 31 años sin llegar a ver publicada su novela La conjura de los necios tras recibir la negativa de múltiples editores y cuya madre, convencida de la valía de la misma, consiguió que fuese publicada tras lo cual, como es bien sabido, recibió el Premio Pulitzer en 1981.

Otros casos paradigmáticos de relaciones entre editores y autores son, por ejemplo, el de Hetzel y Julio Verne, donde aquel instó al visionario escritor a que sus Viajes Extraordinarios fuesen libros destinados a jóvenes lectores en los que se enriqueciese el espíritu científico. Aunque las vicisitudes por las que tuvo que pasar Verne a lo largo de su vida dieron lugar a que pudieran distinguirse varias etapas en el conjunto de su obra, pasando de la ilusionante visión del progreso proporcionado por la ciencia y la técnica al pesimismo por el mal uso y abuso que el hombre hace de aquellas, lo cierto es que la idea de Hetzel estuvo siempre presente:
Viajes extraordinarios por los mundos conocidos y desconocidos. Su finalidad es (...) resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos acumulados por la ciencia moderna y rehacer, bajo la atractiva forma que le es propia, la historia del Universo.
Pierre-Jules Hetzel, en la introducción a Las aventuras del capitán Hatteras.
Otro autor que siguió los consejos que insistentemente le hacía su editor (W. E. Henley) fue H.G. Wells, que dejó la escritura de obras de ciencia ficción por la de otras más “serias” que le harían ocupar, esperaban ellos, un lugar eminente en la literatura de todos los tiempos. Lamentablemente terminaron por ser sus obras menos conocidas -Ann Verónica, El destino del Homo sapiens, La conspiración abierta y un extenso etcétera- dejándonos sin embargo un recuerdo imperecedero con verdaderos clásicos como La guerra de los mundos, El hombre invisible o La máquina del tiempo.

Por último, y abreviando puesto que la relación de casos particulares es tan extensa como la historia de la figura del editor dentro de la literatura, me gustaría recordar a otros autores que, desde su obligada posición de mercenarios de la escritura, se dedicaron a publicar obras forzadamente limitadas en lo literario pero con una ingente capacidad de evasión: las novelas populares, de “a duro” o bolsilibros, con un claro ejemplo en la editorial Bruguera, de la que tantos lectores tenemos buenos recuerdos de juventud como autores hay que rememoran su paso por allí con espanto.

Os dejo con un par de enlaces a artículos relacionados con este tema que me parecieron interesantes en su día: "¡Mueran los 'heditores'!" y "¿Qué es un editor?".

¡A leer!

19 comentarios:

Iraya Martín dijo...

Como siempre eres un pozo de cultura en el que me gusta guindar con balde de vez en cuando. Marcho rauda a por esos enlaces. Saludos :P

La lectora dijo...

¡Hay tanto para leer y tanto para escribir!
A veces me apabulla.
¡Saludos!

Último Íbero dijo...

Pero ¿cómo has ignorado la peripecia que fue la publicación de El Hobbit, por un lado, y El Señor de los Anillos, por otro?

Ese ir y venir entre la editorial Rainer & Unwin (con un amago de la mismísima Collins) y Tolkien (un autor que, hasta ese momento, sólo tenía en su haber El Hobbit, en plena posguerra y la extremadamente arriesgada edición de La comunidad del Anillo (tirada de 1500 ejemplares a un precio astronómico para la época y en plena escasez de papel).

Desde luego el oficio de editor bien merece un reconocimiento y un buen par de collejas. Reconocimiento por las joyas que descubren y collejas por las que se les escurren entre las manos y caen al barro del olvido.

Lectora dijo...

Qué interesante, la verdad que no me había parado a considerar en la gran importancia que tienen los editores.
Luego está el recurso de autoeditarse, pero claro eso cuesta un pastón supongo.

Homo libris dijo...

Elwen, el blog simplemente espeja vuestra sabiduría, jejeje. ;) En serio, me encanta que os guste tanto como a mí compartirlo con vosotros y, sobre todo, aprender todos juntos.

¡La lectora, siempre, siempre! Me alegra volver a verte por aquí, entre tanto (libro y blog) que leer. El tuyo, siempre tan original, me encanta desde que lo descubrí tiempo ha.

Amandil, imperdonablemente, así lo he hecho, jajajaja. Mira que cuando pensé en la entrada este verano (y la fui posponiendo por falta de tiempo) Tolkien fue uno de los autores que se me vinieron a la cabeza, a esa que me falló días atrás al escribirla. De todas formas no hay problema: ¿y lo que me deleita leeros y que un ex-alto cargo de la STE complemente la entrada? :) También se me quedaron en el tintero Moby Dick y algunos títulos más, estos ya de forma consciente.

Lo que nos comentas sobre el precio del papel en la posguerra es algo que hemos tenido que sufrir diversos países, otro de los males de la escasez que se produce tras esos periodos bélicos. Y qué decir de los editores... es justo como dices: a veces cabría alzarles sobre un pedestal y otras... en fin, otras, darles collejas sin fin. :)

Sonja, la autoedición es una posibilidad no tan descabellada, al menos hoy día con tanto sistema de edición on-line. Conozco a algunos autores que se autoeditaron sus primeros títulos (evidentemente, a los más cercanos, pero son legión) gracias a alguna que otra editorial que les permitía hacerlo. Al final, claro, el autor pagaba el coste del libro y la editorial (no siempre) únicamente ponía el nombre. En esto imagino que hay como en todo: desde la picaresca de ofrecer un servicio mínimo hasta un verdadero apoyo al autor, con asesoramiento, revisión de estilo, etc.

En fin, de lo que no cabe duda es de que el mundo editorial resulta ciertamente interesante.

¡Un abrazo grande!

Isi dijo...

Bueno, por lo menos me consuela que esos editores que rechazaron obras que han acabado pasando a la posteridad, se tirarían de los pelos cuando vieron lo que perdieron, jejeje.
No sabía nada de ninguno de los casos que nombras salvo el de La conjura de los necios, que creo que lo leí en el Bibliófilo.
Muy interesante, como siempre.

Homo libris dijo...

Isi, la verdad es que sí, que debieron arrepentirse del buen negocio que perdieron y de la falta de visión (literaria, comercial...) que les cegó en su momento.

El caso de La conjura de los necios es extremo y ciertamente triste... ahora que lo dices, a mí también me suena haberlo leído en casa de nuestros amigos enmascarados.

Un beso.

Homo libris dijo...

Jajaja, efectivamente, Isi, allí se habló del libro y me encuentro con que hasta comenté bajo bolsilibresca apariencia... :D

Isi dijo...

Por cierto: me faltan un Homo libris y un látigo azotador en los emails del sorteo :(

Homo libris dijo...

Isi, pero no se me ha pasado la fecha, ¿no? :S Es que cuando lo iniciaste me lo apunté como tarea (sí, hija, así ando para que no se me olviden las cosas :( ) en el calendario de Google y la tengo como pendiente hasta el 31 de octubre. ¿Sorteabas a primeros de mes, verdad? Voy a revisarlo en tu blog porque no quería que se me pasase...

La lectora dijo...

Homo libris, claro que sí.
Voy pasando de visita, de vez en cuando...
(Vi luz y subí).
Saludos.

Homo libris dijo...

Jeje, pues bienvenida, por supuesto, a este humilde hogar.

Por cierto, si os interesó la entrada puede que os guste leer también este artículo que enlazo ahora. Lo descubrí ayer (hacía tiempo que no leía esta revista) y la verdad es que me parece muy interesante:

"Derechos digitales. Por qué los libros del futuro pueden quitarnos los derechos del pasado."

Saludos.

Anónimo dijo...

Un caso que apareció hace poco fue el de Raymond Carver y su editor Gordon Lish.

Parece que Lish se dedicó a recortar los finales de los cuentos que le pasaba Carver lo que de alguna manera le hace co-autor de los mismos.

Margarita Leoz dijo...

Respecto a los recortes del editor de Carver, ahora podemos leer los cuentos sin podar, en la edición que ha sacado Anagrama, titulada 'Principiantes'. Pero yo no me atrevo, no vaya a ser que me guste más la mano del editor...

Maribel dijo...

Muy buena entrada Homolibris, menuda reflexión, y cuánta información que yo no conocía, o no recordaba. Qué vivan los editores, a veces se dejan llevar por la caja registradora, pero en muchas ocasiones arriesgan, apuestan, encuentran... y gracias a ello nosotros podemos leer joyas como "En un lugar Seguro" de Stegener...
Me gusta lo de poner en contacto....ese es un trabajo al que me apunto.
Una historia de unos pequeños editores, que han conseguido que un autor dedique un libro a su padre, (su editorial no estaba por la labor, y el hombre tiene unos añitos...), los protas son unos amigos, vivan los minieditores!!
;-)

Homo libris dijo...

Kozmicbooks, no conocía el detalle de Carver pero es de lo más interesante. Ahora queda la duda que comenta Margarita: ¿releer sus cuentos? ¿A costa de qué? :D De todas formas tengo en cuenta la edición que decís.

Maribel, como decía Amandil a los editores habría que subirles a un pedestal o convertirlos en sujetos de la mayor de las ignominias, jejeje. Oye, esa historia de minieditores suena de lo más interesante: ¿cuándo nos das detalles de la misma?

Un abrazo y feliz fin de semana.

Eva dijo...

¡Madre mía! Me has dejado impactada con este post. Me ha resultado muy interesante y me has enseñado muchas cosas que no por ser curiosas me han resultado de gran interés.
Muchas gracias por estos posts.

loquemeahorro dijo...

Son fundamentales, porque son los que deciden qué se publica y sobre todo, qué se promociona.

Porque ahí está el quid de la cuestión, existiendo como existe la autoedición, creo yo.

Y hablando de Kennedy O'Toole, ¿y no le publicarían precisamente por estar muerto?

Por que anda que no venden los muertos.... ¡cuántos libros de Delibes se han rescatado de oscuros almacenes!

Y ¿hubieran recibido tantísimo apoyo las novelas de Larsson si el hombre hubiera estado por ahí tan campante?

Que seré yo mal pensada, sin duda

Homo libris dijo...

Loque, vengo a comentarme y me encuentro con que no había visto en el correo el aviso de comentario de esta entrada antigua y tú andabas por aquí. Te pido mil disculpas ante tan inexcusable situación.

Como bien dices, ellos son los que manejan el cotarro y tienen mucho que decir a la hora de los libros que nos llegan a los lectores. Con la autoedición y las facilidades que tienen hoy día los editores esto ya no es tan así, pero siguen teniendo mucho poder, la verdad.

En cuanto a Larsson, siempre he dudado que hubiese alcanzado semejante éxito de encontrarse entre los vivos. ;)

Respecto a lo que quería decir, es que he encontrado una entrada que me ha recordado a otro menospreciado por los autores. Stephen Donaldson recibió 47 rechazos de sus Crónicas de Thomas Covenant...

Saludos.