domingo, 23 de mayo de 2010

Ciencia y supervivencia


Conocía a Barry Commoner gracias a algunas referencias en libros y a la lectura de algunos artículos que traían a colación sus aportes al conocimiento del medio ambiente y las interacciones que con él, por fuerza, mantienen nuestras sociedades. No hace mucho, preparando una de las dos asignaturas de sociología que estoy cursando este cuatrimestre, me encontré en el libro Redes que dan libertad, de Jorge Riechmann, con un par de extractos de Ciencia y supervivencia y El círculo que se cierra, este último, con toda probabilidad, su libro más conocido y donde aparecen sus famosas cuatro leyes de la ecología. Como la curiosidad del Homo libris es insaciable en todo lo tocante a los libros y realmente no había leído ninguna obra suya al completo, me puse a investigar y encontré que la mayor parte de los libros de Commoner se encuentran descatalogados en castellano a día de hoy así que haciendo uso de los pertinentes buscadores en Internet localicé una librería en Madrid que tenía los dos títulos citados y me hice con ellos (y con algún otro, pero es que tenía que "amortizar" los gastos de envío, jeje).

Unos días atrás terminaba la lectura de Ciencia y supervivencia, un librito que no por breve resulta poco exhaustivo. Se deja leer, como buen ensayo y mejor obra divulgativa, con placer y aprovechamiento, y ofrece más de lo que narra, ya que constituye una herramienta de reflexión más que interesante porque, aunque han transcurrido casi cuatro décadas desde que fuera escrito, lo cierto es que, salvando la más que comprensible preocupación en torno a la guerra nuclear que completa una buena parte de sus páginas, sus argumentaciones y las problemáticas que recoge permanecen (por desgracia) plenamente vigentes hoy día.
La ciencia moderna y las ingentes empresas tecnológicas engendradas por ella representan el pleno florecimiento de la mente humana en su interpretación de la naturaleza. Los conocimientos científicos son nuestra mejor guía para controlar las fuerzas naturales. A ese respecto, su éxito ha sido extraordinario; precisamente a este éxito debemos las maravillas de la electricidad moderna y el tremendo poder de las bombas nucleares.
[...] ¿Cabe la posibilidad de que desconozcamos las consecuencias absolutas de los nuevos circuitos eléctricos y de las nuevas bombas? ¿Poseemos verdaderamente un dominio completo sobre los vastos y nuevos poderes que nos ha donado la ciencia, o corremos el riesgo de que ésta se desmande?
Días atrás argumentaba ante unos compañeros que la problemática asociada a algunos productos cuya fabricación y distribución está disparándose en los últimos años es lo suficientemente compleja como para considerarla, en sí misma, un problema perverso. Es el caso de los transgénicos, donde a día de hoy no se ha demostrado que sean dañinos para la salud pero tampoco que no lo sean, si bien es cierto que son sometidos a numerosas pruebas. Salvando que su uso acarrea graves problemas para los agricultores que no desean que sus cultivos sean afectados por la polinización de aquellos y que su extensión está provocando graves pérdidas de biodiversidad (esto último achacable a cualquier sistema de producción agrícola intensiva cuando se lleva a cabo sin tener en cuenta el entorno), lo cierto es que estamos permitiendo que sea plantada una semilla (nunca mejor dicho) que resultará muy difícil erradicar si en un futuro se demuestra que sus maldades predominan sobre lo que pudieran tener de bueno.
Cabe argumentar que los imponderables de esos contaminadores modernos son insignificantes en comparación con los peligros inherentes a otras empresas humanas. Por ejemplo, hoy día el imponderable de la lluvia radiactiva se nos antoja mucho menor que el de los indudables riesgos que se corren en las autopistas o en las rutas aéreas. Pero, ¿cuáles no serán los riesgos que estamos endosando a futuras generaciones? Ninguna apreciación precisa del daño que se está produciendo actualmente con la lluvia radiactiva, el smog y los contaminadores químicos puede oscurecer esta simple verificación: en todos los casos se corrió el riesgo antes de comprenderlo cabalmente. La importancia de esas disyuntivas, para la ciencia y para el ciudadano, no reside solamente en los imponderables interdependientes, sino también en el hecho de que implican una alarmante e incipiente renuncia a uno de los deberes primordiales de la ciencia: el de predecir y supervisar las intervenciones humanas dentro de la naturaleza. Esos imponderables actuales no nos dan la verdadera medida del peligro; sus verdaderas escalas serán los desastres que nos sucederán si osamos abordar la nueva era sin corregir los yerros elementales en la empresa científica. Y si hemos de corregir tales yerros, debemos descubrir previamente por qué se produjeron.
Es, justamente, lo que ocurrió antaño con la creación de detergentes basados en el petróleo que, una vez inundado el mercado con ellos, convirtieron los ríos norteamericanos donde fueron vertidos en canales de agua sucia carentes de vida.

Otro problema actual, también difícil de estimar dadas las características que posee, es el del cambio climático. En este, más que en ningún otro, se da un enfrentamiento entre científicos que se empeñan en contradecir cuanto dice el contrario. Sus argumentaciones, marcadas por el vaivén de razones políticas y empañadas por la cercanía de las grandes corporaciones multinacionales, provoca en la ciudadanía una sensación de desazón, de no saber a qué estar, de no saber a quién creer.
No se encontrará el germen supremo de la ciencia en sus impresionantes productos ni en sus poderosos instrumentos. Se encontrará en las mentes de los científicos y en el lenguaje empleado por éstos para describir lo que saben y pulir la interpretación de lo aprendido. Esos factores internos -métodos, procedimientos y procesos que utilizan los científicos para descubrir y discutir las propiedades del mundo natural- han proporcionado a la ciencia sus grandes éxitos. Cuando mencionemos tales procesos y la organización a ellos inherente, deberemos hablar de integridad científica... Nuestra interpretación de los enormes poderes que la ciencia ha puesto a disposición de la sociedad, depende de la integridad científica. Así pues, el bienestar y la seguridad del género humano dependen también de esa interpretación, y, en definitiva, de la integridad científica...
Bajo la presión de insistentes demandas sociales, ha habido una seria erosión de la integridad científica...
[lo que] precipitó la aplicación tecnológica antes de que el conocimiento científico básico estuviera lo suficientemente desarrollado como para permitir un pronóstico acertado sobre los efectos de esa nueva tecnología en la Naturaleza...
Ciencia y supervivencia es un libro sobre el que reflexionar, en el que ver que seguimos cometiendo los mismos errores que en el pasado porque nuestro ritmo de vida, insaciable, imparable, imposible, no nos deja pararnos un momento a pensar. Y, si lo hacemos, siempre hay alguien que se encarga de que retomemos el ritmo. Se impone la sinrazón que ignora cuestiones básicas como el Principio de precaución que propugnase la Comisión Europea, por ejemplo.

¡Feliz lectura!

martes, 18 de mayo de 2010

Descanso lector

He de confesarlo. Envidio tan profunda como sanamente la colección de marcapáginas de Elwen. Cada una de sus entradas sobre los marcapáginas que ha conseguido o que ha realizado es realmente hermosa y, aunque tanto Azote como yo los coleccionamos, lo cierto es que en mi caso no tengo maña ni talento suficientes como para fabricar objetos tan hermosos.

A Isi también se le da muy bien hacerlos. Con ingenio y cariño resulta increíble las maravillas que es capaz de conseguir. Ya nos lo ha enseñado en su blog y, aunque me encantan todos ellos, hay uno en particular que me gusta sobremanera. Se trata del marcapáginas de los Blogueros de Incontestable Belleza que realizó para el primer encuentro de blogueros de esta pequeña gran familia transoceánica que hemos formado entre unos pocos. Como ya sabéis, hace unos meses se llevó a cabo una “quedada” de blogueros a nivel peninsular, podríamos decir, al que no pude asistir. Entre abril y marzo quedaron pendientes, por desgracia, eventos clave para mis tres queridos blogs y, sobre todo, para mí como persona: una visita a Burgos junto a un buen amigo, que aún tengo pendiente, para homenajear a otro ya desaparecido; una excursión a la RetroMadrid, que tendrá que esperar al año que viene; por último, pero no por ello menos importante, una reunión de los amigos de los libros que nos conocimos gracias a la red –y que espero que se repita pronto.

En la fotografía aparecen algunos de los libros que están sobre mi mesilla de noche junto a los marcapáginas que nos ha regalado Isi y que llegaron hace apenas unos días a Granada. Al lado del marcapáginas BIB, que guardo con especial cariño porque, tal y como nos decía Isi, no tenía otro y es el suyo propio (mil gracias, guapísima) veréis algunos de su propio blog, que son toda una hermosura, y un par personalizados. El mío propio, con las iniciales de Homo libris, y el de Azote que, tal y como dice la propia Isi, “me ha encantado porque, además del nombre, también son la primera y última letras del abecedario, lo cual le viene que ni pintado”.

Un regalo precioso que te aseguramos, Isi, nos ha llegado al corazón. Azote comentará algo en breve, pero me he tomado la licencia de incluir aquí los suyos porque está fuera y hasta mediados o finales de semana no creo que ande por aquí. Muchísimas gracias este hermoso detalle; gracias que esperamos poder darte muy pronto en persona.

Y ahora, a leer. Que con marcapáginas así, ¿quién no compagina la lectura de varios libros? A Bolaño se le suman Auster y Commoner (curiosa y casualmente, las iniciales de los tres autores dan inicio también al abecedario) y una preciosa guía de orquídeas de Granada, regalo también de un amigo durante este fin de semana, con la que descubrir algunas singularidades de la provincia durante nuestras andanzas. Pronto os iré contando algo sobre todos ellos.

¡Feliz lectura, y feliz descanso lector!

miércoles, 12 de mayo de 2010

El lobo

Es el más riguroso invierno del que el lobo guarda memoria. En su deambular por el bosque, cada vez más debilitado por la escasez de alimento, descubre que la nieve no es la única que oculta secretos; del encuentro con un zorro que está siendo atacado por los cuervos y que constituye su última esperanza para alimentarse resulta el argumento evidente de la primera novela de Joseph Smith. Sin embargo, como buena fábula, como la nieve que lo cubre todo, guarda en su interior muchos más tesoros que podremos descubrir a poco que hurguemos en ella.

Lupo, posiblemente el gato más indicado para presentar este libro,
nos indica que estamos ante un libro de ensueño...

Le tenía ganas a El lobo desde que supe que lo habían editado. Tantas como recelo a lo que pudiera guardar un libro que triunfó en su día en la feria de Fráncfort y que los medios publicitaron a bombo y platillo. Así que se convirtió en un elemento destacado de mi infinita lista de imposibles pero deseadas lecturas que iba avanzando tímidamente hacia un primer puesto. No fue, sin embargo, hasta hace unos días que me hice con él, ya en edición de bolsillo, pensando que a este paso terminaban por descatalogármelo cualquier día (sobre este tema tengo una entrada pendiente desde hace un tiempo). Lo cierto es que he devorado El lobo con ganas, tantas que sentía una suerte de vergüenza ante la famélica imagen del cánido incapaz de encontrar su pitanza en el bosque. Dejando de lado ciertos detalles de la novela que me han parecido poco realistas –deformación vocacional, tal vez- y que no tienen mayor relevancia ya que, como decía, estamos ante una fábula más que frente a una novela que busque dotarse de un halo de verosimilitud, la verdad es que El lobo se erige como un texto hipnotizador, vehemente, tan descriptivo que nos parece que oímos el crujido de la nieve bajo los pasos del animal y que nos ofrece una interesantísima reflexión filosófica y psicológica sobre el hombre desde el espejo que supone un animal que ha estado desde el inicio de los tiempos vinculado a nuestra especie, primero como competidor, después como mejor amigo (durante el proceso de domesticación hacia el perro) y, siempre, como fiel de una balanza en la que sopesamos, aunque sea metafóricamente, nuestras bondades y maldades.

Sin poder evitarlo, me venía a la memoria otro relato protagonizado por un viejo macho montés. Efectivamente, los capítulos dedicados en “El hombre y la Tierra” al ya viejo, cansado y dueño de una intensa y maravillosa vida, macho montés de Cazorla que Félix Rodríguez de la Fuente retratase ofreciéndonos desde esta perspectiva una visión particular de la vida en el bosque. También las novelas de London o Curwood en la nevada Alaska y el Yukón, y de Conrad pasaron por mi mente durante la lectura de este maravilloso libro.

En apenas 120 páginas Joseph Smith nos deleita con los pensamientos de un lobo moribundo y sus avatares, y nos ofrece una reflexión sobre quiénes somos como individuos y por nuestra propia naturaleza, esto es, cuánto pesan los genes y cuanto la sociedad en el individuo. Un relato, en todo caso, que se lee con muchísima fluidez, tal y como os decía, y que al margen de estas reflexiones constituye toda una aventura de la que podemos disfrutar sin más.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Viajes con Heródoto

El viaje no empieza cuando nos ponemos en ruta, ni acaba cuando alcanzamos el destino. En realidad empieza mucho antes y prácticamente no se acaba nunca porque la cinta de la memoria no deja de girar en nuestro interior por más tiempo que lleve nuestro cuerpo sin moverse de sitio.
El viaje, siempre iniciático, ha constituido desde que se tiene memoria uno de los leitmotivos más recurrentes en la literatura y es que leer es, en todos los sentidos, viajar con la imaginación y la memoria al permitir al autor que nos desvele el camino a seguir aunque podamos, siempre, cambiar el rumbo de lo leído, explorar otras rutas y senderos y, sobre todo, compartir lo descubierto con otros lectores ávidos de emociones y de sentimientos.

No hace mucho (aunque hay que ver cómo pasa el tiempo, son dos meses ya y me parece que fue ayer), Alienor nos transmitía con la vehemencia a que nos tiene acostumbrados su disfrute durante la lectura de Viajes con Heródoto, de Ryszard Kapuscinski, un libro a caballo entre la novela y el relato, entre la crónica periodística, el ensayo historiográfico y el libro de viajes que, como toda buena obra, trasciende los géneros y el tiempo para deleitarnos con una narración que abre nuestras mentes a nuevos y ricos descubrimientos.

Kapuscinki, joven reportero polaco, siempre ha deseado “traspasar la frontera”, viajar para descubrir cuanto acontece detrás de las intangibles pero contundentes líneas imaginarias que delimitan su país. Así, recibe con tanto agrado como miedo el encargo de viajar a la India como corresponsal. Afortunadamente le regalan Los nueve libros de la Historia de Heródoto para que le hagan compañía y es así como Kapuscinki comienza su andadura y, con él, la nuestra, por diversos países de Europa, Asia y África, a lo largo del espacio y del tiempo, puesto que el autor entremezcla la narración del joven reportero con situaciones de los libros de Heródoto de los que puede extraerse siempre un aprendizaje y que guardan un manifiesto vínculo con las que tuvo que vivir nuestro reportero durante sus viajes en los años cincuenta, durante un periodo convulso y en un mundo dividido.

Kapuscinki nos enseña a escuchar, la mayor virtud del reportero, a mi parecer, y la que más se obvia hoy día cuando su opinión prevalece sobre la noticia y esta aparece marcada por la parcialidad del pensamiento de quien debería ser un mero transmisor de cuanto acontece. Nos descubre algo que posiblemente sabemos pero que no conviene olvidar: que el viajero ha de ser humilde y atento, que nunca debe perder la capacidad de sorpresa y la curiosidad si desea que el viaje, que a estos efectos puede ser tanto como la vida, le enriquezca verdaderamente.

Viajes con Heródoto deja con ganas de más. Con ganas de más Kapuscinki (y tomo nota de Ébano, por supuesto), con ganas de más Heródoto (de sus nueve libros de la Historia, por supuestísimo) y con ganas de que llegue el verano, o unas hipotéticas vacaciones, y poder dar rienda suelta a la emoción contenida y al disfrute del descubrimiento.
El libro del griego, al igual que toda gran obra, hay que leerlo repetidas veces: cada nueva lectura desvelará entonces nuevas capas, contenidos distintos, no vistos antes, nuevos sentidos e imágenes.
Sé que muchos lo leísteis y que algunos lo tenéis pendiente. ¿Me acompañáis en una próxima lectura?