martes, 28 de diciembre de 2010

Homenaje a Luchadores del Espacio

La novela popular de la posguerra española es en gran parte hija de la represión franquista y de la pobreza. Jueces, profesores, funcionarios y personas, en fin, de pensamiento cultivado, se vieron de la noche a la mañana expulsados de sus trabajos y convertidos en una serie de cosas que jamás sospecharon ser: moscovitas, masones, separatistas, pornógrafos, proxenetas y enemigos de España. Menos mal que no los llamaron pederastas, pero fue porque al Régimen no se le ocurrió. Esa colección de malvados hundidos en la pobreza—duro castigo- fueron los que cimentaron sobre sus huesos la novela popular española de la posguerra.

[…]

Su recuerdo –y el respeto para la novela popular española- merecen mantenerse porque su calidad, generalmente muy digna, es hija de un milagro. Tenían que escribir a marchas forzadas, consultar textos, imaginar y corregir si querían que sus hijos llegaran vivos a la hora de la comida. La comparación de los textos de esos obreros de la pluma y los textos de los maestros yanquis -que escribían con garantías de dinero y tiempo- no deja a nuestros autores en mal lugar, ni mucho menos, y el estudio de sus obras debe mantenerse porque no sólo merecen un análisis literario, sino que por sí solas son también el análisis sociológico de toda una época.

Francisco González Ledesma
Dentro de los diversos géneros que abarcó la masiva producción de novela popular en España uno de los que aparecieron de forma tardía (al menos relativamente, si lo vemos desde la perspectiva de algunos de los otros) y, sin embargo, ofrece aspectos de estudio más interesantes fue el de la ciencia ficción (o, como se la denominaba en aquella época, de anticipación científica e incluso "fantaciencia"). La ciencia ficción en España nació compitiendo con los ya asentados westerns, las historias de espías o las bélicas, cargados todos ellos de aventuras y acción. Digo que su estudio ofrece interesantes perspectivas porque la situación política de España a lo largo de prácticamente la mitad del pasado siglo XX llevó a que, sobre todo desde la década de 1930 hasta un par de décadas después la influencia de otras culturas, como la norteamericana, donde la ciencia ficción floreció tras la gran depresión de los años 20, fue prácticamente nula. Es por esto que –curiosamente, también en una época de crisis y carencias sociales– brotó en España una ciencia ficción peculiar, no contaminada apenas por aportes foráneos y que, sin embargo, ofreció títulos muy sugerentes y supuso el germen del panorama narrativo actual.


Dentro de los precedentes de lo que supondría la ciencia ficción dentro de las novelas de quiosco (y de la colección Luchadores del Espacio, a la que está especialmente dedicado el libro que nos trae hoy aquí) encontramos al conocido Coronel Ignotus, alias de José de Eola y Gutiérrez, militar de carrera (fue coronel del Estado Mayor, así como profesor de geometría, topografía e historia militar en la Academia General Militar y la Escuela Superior de Guerra) escribió comedias, dramas o ensayos, pero también ciencia ficción bajo un formato eminentemente divulgativo. Sus personajes, situados en la época en que tocó vivir al autor, se enfrentaban a aventuras de lo más entretenidas pero donde los artilugios que aparecían ya eran conocidos y primaba, tal vez por su vertiente como docente, el ánimo de instruir.

Después de finalizar la Guerra Civil, las editoriales españolas subsistían con las resmas de papel que conseguían del estricto racionamiento que marcaba el Gobierno. Tal vez por ello y por la necesidad de evasión que requería un pueblo castigado y hambriento se dio prioridad a la publicación de obras breves y enfocadas al ocio. Ante este panorama, a nadie extrañará la importancia que tuvieron en su día estos libritos y hasta qué punto fueron devorados por la gente, intercambiados sin cesar porque era más barato este “realquiler” que comprar libros nuevos por cada lectura.

Pascual Enguídanos, uno de los autores más reconocidos de Editorial Valenciana (primero en la serie Comandos, después con Luchadores del Espacio) y trabajador también de Bruguera, recuerda la política de pseudónimos impuesta por las editoriales para dar un toque exótico a los libros, algo que jugaría en muchos casos en contra de los propios autores:
Una de las exigencias de la editorial consistía en escribir bajo pseudónimo, hecho que no le hacía demasiada gracia. "Desde el principio me comunicaron que tenía que firmar con un nombre que sonara a inglés" recuerda, no sin cierta desaprobación. "Por aquella época nadie leía autores españoles, o al menos eso pensaban". Escogió, sin darle muchas vueltas, George H. White "porque sonaba bien". "Durante muchos años la gente creyó a pies juntillas que quien escribía aquellos libros era americano", se lamenta.

A título anecdótico, recuerda el caso de un amigo de la familia, cabo de aviación, que tras volver a su base de Manises, se encontró con un compañero que estaba leyendo precisamente una de sus novelas, a quien sólo se le ocurre comentar: "Acabo de estar esta misma tarde en casa de ese escritor". Sigue explicando con cierto regocijo cómo el interpelado no le creyó y la cosa acabó en una fuerte discusión. Parecería como si en el fondo se sintiera orgulloso de que nadie hubiera podido penetrar el engaño, reconociendo que aquellas novelas pudieran haber sido escritas por un español.
Pascual Enguídanos (George H. White), archiconocido por su saga de los Aznar, que fue publicada dentro de Luchadores del Espacio, fue un perfeccionista nato que soslayó (con fortuna y afortunadamente) la imposición editorial de escribir novelas independientes, sin relación entre ellas, que dejaría las series de novelas de lado (de forma curiosa, aun a pesar de su éxito). Él, muy especialmente, pero también los autores Arturo Rojas (Red Arthur), Ramón Brotons (Walter Carrigan), José Caballer (Larry Winters) o el ilustrador José Luis Macías participaron en la aventura de Luchadores del Espacio y en el homenaje que a primeros de mayo de 2003 se llevaría a cabo con motivo del cincuentenario de la colección. 

Este libro, Memoria de la novela popular. Homenaje a la colección Luchadores del Espacio, recoge con fortuna parte del espíritu que animó aquellas jornadas del Fòrum de Debats organizado por la Universidad de Valencia y constituye un título imprescindible con el que acercarse a la mítica colección y, cómo no, a un referente imprescindible dentro de la ciencia ficción española.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Una breve entrada sobre casi todo

Siempre he dicho que, para enseñar, hay que tener un don especial, una vocación. Todos habremos sufrido, imagino, el síndrome del mal profesor, caracterizado por el sueño, el cansancio y falta de interés o, en último término, la indignación ante lo incoherente o insustancial de la exposición o las barbaridades que se dicen, que finalmente desemboca en una maravillosa adaptación que nos lleva a la anodinia para evitar perecer ante semejante cúmulo de agresiones al intelecto. Pero también existen profesores, maestros en su materia, maravillosos, que transmiten su saber con devoción, con ternura, que consiguen que sus alumnos se involucren y apasionen con materias en las que, a priori, no sería de esperar una participación activa por parte de estos.

Creo que con los libros de divulgación ocurre otro tanto. Al fin y al cabo, nos invitan a adentrarnos, siquiera de forma superficial, en terrenos que, ya sea porque quedan alejados de nuestro círculo de intereses personales, ya porque en lo profesional abundamos en ello, en ocasiones no resulta sencillo caminar. Cierto es que contar con un público receptivo (aquellos que sí están interesados en el tema en cuestión de un modo más directo) ayuda mucho, pero si el divulgador consigue llegar a un conjunto de lectores mucho mayor y despertar en ellos interés o apasionamiento en la materia, me parece que es como para quitarse el sombrero ante ellos.

Recuerdo, desde niño, haber leído libros de divulgación científica con tanta avidez como devoraba otras obras más literarias. Lo cierto es que me resultaría difícil definirme como “de letras” o “de ciencias”, como hemos hablado en alguna ocasión. Tampoco le veo mucho sentido, por otro lado, ni creo que sean mundos incompatibles (es más, no concibo a las unas sin las otras y considero todo un error llevar a cabo esa compartimentación del saber). Lo que sí creo es que se enriquecen mutualmente, que no se puede transmitir pasión por la ciencia sin cierto toque literario y que la literatura bebe de la ciencia, siquiera de las ciencias sociales, aunque sea de forma instintiva, para llegar al lector.


Pero bueno, me pierdo por los cerros de Úbeda, divagando como es característico en mí. Hoy quería hablaros de una obra de divulgación científica que me ha encantado. Ya la traje por aquí cuando me la regalaron y despertó interés entre varios lectores del blog, así que no podía dejar pasar la oportunidad de comentar mis impresiones sobre ella. Me refiero a Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson. Este mamotreto de arriesgado título (sí, es una obra extensa, ¿pero cómo hablar de “casi todo”?) me ha encantado. Ya había leído buenas críticas sobre él y lo tenía en la lista de pendientes, pero no fue sino a través de un regalo que finalmente lo tuve en mis manos, prestándome a devorarlo en cuanto me fue posible.
BillBryson, el autor, es conocido por sus libros de viajes, y se dispuso a escribir Una breve historia de casi todo, según sus propias palabras, al no encontrar respuesta a muchas preguntas que se hacía cuando leía algún libro sobre ciencia. También porque le habían hecho creer que esta era aburrida. Sin embargo, conforme se documentaba para escribir el libro, fue descubriendo que la ciencia resulta apasionante, que está directamente relacionada con nuestro día a día, con nuestra vida, y su pasión ante lo que iba descubriendo supo trasladarla a las páginas de su obra, que engancha al lector sin que este se de cuenta.

Resumir en poco más de medio millar de páginas lo acontecido en los últimos trece mil millones de años, desde la gran explosión que dio origen al universo hasta llegar a nuestros días, saltando de la astronomía y la física a la geología, la química o la biología, no resulta una labor baladí. Sin embargo, Bryson ha conseguido acometerla con tino aunque al principio el trato en exceso familiar que dedica al lector llegó a chocarme, haciéndome dudar sobre la traducción del mismo y resultando algo forzado, a mi entender. Lo cierto es que el libro se deja leer, maravillándonos sin apabullar con centenares de cifras y enseñando con gracia lo que con otros nos habría podido llegar a parecer árido.

Si temes a las matemáticas, la física o la química es porque no tuviste suerte con tu profesor. Bryson nos ofrece la oportunidad, como otros grandes divulgadores, de descubrir lo amena que resulta la ciencia. Y, aunque no tenga nada de ficción, comprobar lo poética que puede resultar…
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser... todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Aprovecho para desearos unas felices fiestas y dejaros con un par de canciones de Sting que me encantan, ahora que ya entró el invierno, así como un vídeo que encontré y me gustó (aunque no guarda mayor vinculación con el libro que nos ocupa que compartir el título y algo de su inspiración de recopilación histórica).




Feliz Navidad.

viernes, 17 de diciembre de 2010

De la vida y otras hierbas

Los libros suponen un escape a lo banal del mundo, una puerta a sus maravillas, un divertimento sin parangón y un compendio de sabiduría en el que, si te asomas, nunca querrás abandonar. Un paraíso abierto a placeres, cuando no caprichos, de lo más variopintos. Pero, además de todo ello, la lectura supone para mí un indicador sobre la estabilidad de mi existencia. Esta afirmación, que podría parecer algo melodramática, es fácil de explicar y presumo que para aquellos que estáis al otro lado resultará sencilla de comprender. Entre bibliófilos me hallo y, como tales, imagino que no concebís una vida sin libros. Sin ellos tal vez daríamos a la existencia el nombre de supervivencia. En todo caso, estaría más vacía. Por todo lo anterior, si transcurre un periodo relativamente largo sin que pueda leer un libro (entiéndase por ello hacerlo de forma tal que su lectura se prolonga durante semanas o pasan siquiera uno o dos días sin que lea algo) siento que algo va mal. Que me apartan de mis amados libros.

Para mí, que coincido con Elwen en las motivaciones que exponía hace unos días acerca del porqué escribimos en un blog, sentarme a recordar ahora la apertura de Homo libris hace un par de años me invita a reflexionar en torno al tiempo pasado delante de la pantalla a lo largo de todo este tiempo. No entraré a relatar las estadísticas que arroja del blog tal o cual herramienta de seguimiento. Los únicos números que me han hecho pensar han sido los de las entradas escritas este año respecto al anterior, al del primer año de Homo libris. Llegaría, con esta que estáis leyendo, a la mitad que el pasado año. Cierto es que ese otro blog que comparte con este, gracias a cierto tipo de ósmosis, mi tiempo, algunos lectores y el dilema de dónde publicar tal o cual entrada que une libros y naturaleza, ha cobrado fuerza en este tiempo. Andanzas de un trotalomas es tan querido para mí como Homo libris porque en ambos he conocido a personas maravillosas, que me han enriquecido a lo largo de todo este tiempo.

También he incrementado mis ocupaciones a lo largo de este tiempo (sarna con gusto no pica) y en lo tocante a lo laboral el último bienio ha resultado bastante duro, pero qué os voy a contar que no sepáis ya, en muchas ocasiones por vivirlo en primera persona. Los blogs sufren estos altibajos, como no puede ser de otro modo al exteriorizar los vaivenes que sentimos quienes los escribimos, ¿verdad? Tanto es así que esta semana, tras la entrada dedicada a Enrique Morente (tan breve, tan escueta pero, a un tiempo, tan sentida como pude expresar en "Andanzas…”, no encontré el momento para compartir con todos vosotros los dos años de Homo libris, mi querido blog que es también el vuestro.

Son muchas las entradas que guardo en la recámara, que esperan su momento en ocasiones hasta meses. Espero que este 2011 que está a punto de entrar dé para mucho a este respecto, pero me conformo con poder leeros, aquí y en vuestros blogs, y tener un poquitín de tiempo más para comentar en ellos.

Así, aunque sea un pelín tarde, traigo unos pastelitos de semillas y té para todos. ¡Y libros, muchos libros!


¡Feliz lectura!

lunes, 13 de diciembre de 2010

Silencio, que no nos sientan

Las hierbas.
Yo me cortaré la mano derecha.
Espera.
Las hierbas.
Tengo un guante de mercurio y otro de seda.
Espera.
¡Las hierbas!
No solloces. Silencio, que no nos sientan.
Espera.
¡Las hierbas!
Se cayeron las estatuas
al abrirse la gran puerta.
¡¡Las hierbaaas!!
Federico García Lorca, "Poema para muertos" de Omega.


Descanse en paz, Enrique Morente, maestro.

sábado, 11 de diciembre de 2010

La hoja roja

El domingo 11 de diciembre, la Desi, la muchacha, cumplió veinte años. La víspera le había dicho a la Marce, por el sórdido patio de luces con acendrada melancolía: "Marce, chica, ya voy para vieja." Y no era un decir, porque la Desi desde que tuvo uso de razón pensó que, en efecto, la vejez se inicia con la segunda decena de la vida y la chica que no se casa antes de esa edad, de no espabilarse, se queda para vestir santos.
Para la Desi, la joven que trabaja para don Eloy, su vigésimo cumpleaños marca la madurez y el inicio del camino hacia la vejez. Para este, recién jubilado a sus setenta años, es el fin de su trayectoria laboral como funcionario la que le imprime una sensación de decadencia, de acercamiento al final de sus días. La jubilación es, para él, la hoja roja de la vida, la que antaño avisaba al fumador de que el librillo de papel de fumar se aproximaba a su fin. Así se lo hace saber a sus conocidos, a Isaías, su único compañero ahora que los demás les han ido abandonando para reunirse en el cementerio, a la Desi, que intercambia con él pensamientos en la cocina de la casa de don Eloy, y este lo repite una y otra vez en una letanía tan parecida y, a la vez, tan distinta a la de Carmen, que acaba de enviudar en Cinco horas con Mario.

Trotty, todo un don Eloy entre las cobayas, interesado en la obra de Delibes que nos ocupa.

Don Eloy y la Desi son tan opuestos que resultan complementarios. Él, ya viejo, ella, aún joven; él, rico o, al menos, de posibles, mientras que ella es pobre, ha debido viajar para trabajar sirviendo; él, de ciudad, aunque sea de provincias, en tanto que ella es de pueblo; él, finalmente, hombre, ella, por supuesto, mujer. Sin embargo, en el viaje de la vida, se encuentran tal vez cuando más se necesitan. El viejo Eloy, tras su jubilación, intenta ocupar sus horas junto a Isaías pero, aun siendo amigos, ven la vida de forma distinta. Isaías permanece anclado en el pasado, o más bien mira hacia él, sin querer asumir el obligado transcurso del tiempo. Eloy, en cambio, vive obsesionado con el poco que le queda por delante, una vez que comprende que la jubilación constituye un hito tras el que no existe la vuelta atrás y que el mundo que creyó construir a su alrededor ya no existe:

No obstante, había sufrido entonces una dura decepción. Él imaginaba que su irrupción en el Negociado tendría una acogida calurosa, pero don Cástor, el jefe, le dijo solamente: “¿Ha visto? La prensa nos ha echado encima a la opinión.” Nadie levantó los ojos, excepto Carrasco, quien desde lejos mostró el dedo índice erecto y le hizo girar un momento por encima de su cabeza. 
El viejo se apeó del tablado y se arrimó al radiador. Hubiera querido estar muy lejos de allí pero no se decidía a marcharse. Observaba la vieja oficina con sus suelos polvorientos y sus mesas carcomidas y sus gigantescos rimeros de impresos —SERVICIO DE LIMPIEZA, PARTE DE TRABAJO, VISADO DEL VIGILANTE DEL VERTEDERO— como si fuera la primera vez que los veía.
Es por eso que se vuelca en sus viejas aficiones, en la fotografía y retoma el contacto con Pacheco, el óptico, al que conocía desde los tiempos en que participaba en la Sociedad Fotográfica, y se empeña en enseñar a leer a la Desi, que intenta zafarse así de su raíz pueblerina. Espera esta, con ansia, el momento de reencontrarse con el Picaza, el joven que le gusta y que se encuentra realizando el servicio militar obligatorio, y sorprenderle, al igual que a la Marce, leyéndoles el periódico.

El tiempo transcurre entretanto, y don Eloy desea reencontrarse con su hijo, Leoncito, que ejerce la abogacía en Madrid. Es el único de sus familiares que le queda vivo, aunque Lucita, su mujer, nunca le tuvo demasiado aprecio en vida, y Goyito, el menor de los hijos, ya falleció. Sin embargo, su relación con León es inexistente porque el hijo, demasiado ocupado en la capital, no le escribe prácticamente nunca. Eloy partirá hacia la ciudad en un viaje que resultará ser más fructífero en lo tocante a su nueva visión de la vida que respecto a retomar el contacto con la familia que le queda. Será Desi, al igual que antaño lo fueran su tío Hermene o Antonia, la chica de servicio de la casa paterna, quien dé a Eloy el calor y cariño que necesita, como ya ocurriera antes.

La relectura de La hoja roja, de Delibes, me ha gustado tanto o más que la primera vez que me acerqué a esta novela, hará unos tres lustros (¡ay, qué mayor es uno ya!). Cualquier reseña de la misma, sobre todo si es tan breve como esta, no puede resultar más que superficial y su única pretensión no debe ser otra que compartir el momento del reencuentro con aquellos a quienes invitaría a reunirse con don Eloy y la Desi y la particular y entrañable verborrea de ambos, conociendo así el pasado de ambos, su presente y futuro, en una sucesión de recuerdos, de momentos compartidos y de miedos e ilusiones que reflejan, no solo el paso del tiempo, sino también las relaciones humanas de este microcosmos que componen ambos personajes en torno al hogar, a esa cocina donde transcurre o es recreada buena parte de la acción de la novela. Una novela que, por supuesto, os invito desde aquí a leer o releer.

Y, por cierto, feliz septuagésimo quinto cumpleaños, Desi.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Dentro de "Juego de tronos"

Tal vez no deberíais verlo...


... pero abril está cerca y tal vez, solo tal vez, deberíais leerlo, si no lo habéis hecho antes.

Winter is coming...


P.S.: Conste en mi descargo que ni la HBO ni George R. R. Martin me pagan nada por esto, pero es que A Dance with dragons no llega y la espera es tan larga... ;)