martes, 29 de mayo de 2012

Cien preguntas básicas sobre la ciencia

Ayer comencé a leer La mente errabunda, un libro de Isaac Asimov que recoge sesenta y dos ensayos de muy diversa índole, y he de confesar que me está fascinando. Esto me ha hecho recordar otro título muy ameno del autor que releí hace poco más de un mes y que tenía pendiente reseñar en el blog. Se trata de Cien preguntas básicas sobre la ciencia, un libro que recoge las preguntas que los lectores formulaban a Asimov a través de la sección que este tenía en la revista norteamericana Science Digest. En "Por favor, explique" (posteriormente, "Isaac Asimov explica"), Asimov respondía en unas 500 palabras a las dudas que le hacían llegar. Su colaboración se prolongó durante 8 años, a partir de 1965, y dado el carácter mensual de la publicación llegó a acumular el centenar de preguntas y respuestas que recoge este libro. 

He vuelto a leer a Asimov de forma completamente fortuita; me apetecía mucho últimamente y por eso hace poco compré los dos primeros volúmenes con sus cuentos completos, ya que solo tengo suyos algunos títulos porque en su día los leí fundamentalmente haciendo un uso intensivo de la biblioteca pública. Para más inri, cuando comencé a recordarle vi que precisamente este año se han cumplido veinte de su pérdida. El aniversario de su fallecimiento fue el pasado día 6 de abril. 

Suma y sigue, precisamente hace poco pensaba releer algo más de Verne y venía elucubrando la forma en que algunos autores nos marcan, especialmente cuando les leemos durante nuestra infancia o juventud. Verne y Asimov tienen tanta "culpa" de mi vocación científica como otros autores (qué decir de Félix Rodríguez de la Fuente y de su enciclopédica Fauna) la tienen de que esté volcada hacia las ciencias naturales. A Asimov le leí en su día con deleite, maravillado y ansioso por aprender. A sus imprescindibles relatos hay que sumar su ingente labor divulgadora. Alguno de mis textos básicos de aquella época son Breve historia de la Química y, sobre todo, Introducción a la Ciencia. En los dos volúmenes de la colección “Biblioteca de divulgación científica Muy Interesante” editada por Orbis es, posiblemente, la obra de divulgación científica que más he releído en toda mi vida. Verano tras verano, año tras año, volvía a ella para amenizar las largas tardes estivales hasta que, al caer la noche, miraba al cielo y a esas estrellas repletas de secretos por desentrañar. 


Cien preguntas básicas sobre la ciencia muestra las inquietudes de los lectores de Scientific American, desde la Física a la Química, de la Biología a las Matemáticas, pasando por las aplicaciones tecnológicas de los nuevos descubrimientos científicos en la medicina o la informática. Aunque al releerlo ahora, pasados los años, he comprobado que en algunos puntos el libro ha quedado un poco desfasado por los nuevos descubrimientos que se han venido realizando, por ejemplo, en el campo de la astronomía, lo cierto es que sigue plenamente vigente en cuanto a su sentido del humor y capacidad de transmitir, mediante sencillos y gráficos ejemplos, algunos de los conceptos más abstractos de la ciencia. Además, acabo de ver que existe una nueva edición de Alianza, revisada y con anotaciones a pie de página que vienen a poner remedio precisamente estas máculas que, inevitablemente, imprime el tiempo. 

No desvarío más, aunque sí os invito a leer el excelente artículo que mi compañero Carlos Romá ha dedicado a Asimov en el último número de Journal of Feelsynapsis y la entrada que le dedica al autor (una de ellas) Daniel Torregrosa en su blog Ese punto azul pálido. Y, por supuesto, a disfrutar con estas Cien preguntas básicas sobre la ciencia y a cuestionaros muchas más.

¡Feliz lectura!

miércoles, 23 de mayo de 2012

Sentimiento colectivo

"Lamento" tener que seguir extrayendo párrafos de Expediente Barcelona para traerlos al blog, pero es que además de la calidad literaria de González Ledesma me temo que la crítica social que contiene (esa de la que carece la novela negra española en contraposición de la nórdica, según afirmaban miembros de cierta asociación de traductores granadina para indignación propia y de extraños) está más de actualidad que nunca. Así,
Con Rodríguez, con Costa, con dos estudiantes de Derecho, un profesor de la Escuela Social y tres obreros fundamos el Centro Interior de Resistencia. Ya no se trataba de hablar, de reunirnos en los bares y de recitar nostalgias, sino de enfrentarnos a la situación con medidas que estuvieran a nuestro alcance de gentes que sufrían. En el local de una asociación literaria donde se editaba una revista condenada a garrote vil, nos reunimos para hacer un religioso inventario de nuestros sueños. Los obreros hablaron de huelgas, de jornales y de libertad sindical; nosotros hablamos de libertad de prensa, de eliminación de la censura y de los tribunales especiales, además de un cambio total en el profesorado universitario. Nos dimos cuenta en seguida de que no acabaríamos de coincidir jamás, de que ellos pedían unas mejoras concretas para hoy, mientras nosotros construíamos en las nubes la España del mañana.
[...]
Era difícil que nos uniésemos de verdad para hacer algo cuando enfrente teníamos a las comunidades de intereses más potentes de Europa; y las comunidades de intereses, señorita Jou, son más fuertes que todos los sueños paridos por la izquierda desde Pablo Iglesias hasta ahora, cosa que a mí me dolía reconocer. Por eso la verdadera izquierda no se pone de acuerdo jamás, puesto que tiene que administrar a la vez dinero, resquemores, banderas, mártires y ráfagas de viento. La derecha solo tiene que administrar intereses, para lo cual, además, emplea a los tecnócratas, los milagreros del siglo XX.
[...]
A veces me preguntaba, durante la noche, mientras oía moverse a la Isabel en la habitación contigua, si tenía algún sentido hacer todo aquello. Al fin y al cabo, ¿en qué país me movía? La gente que a uno le empuja en las calles, la que se disputaba los pisos y compraba los televisores a plazos, había perdido toda sensibilidad, todos sus ideales colectivos. [...] Yo me daba cuenta de que mi ciudad, mi país —pero a mí solo me importaba mi ciudad— estaba formada por hombres que tenían o buscaban un trabajo, una mesa, una mujer y una cama: habían llegado a no pensar en nada más. El país consistía en un simple juego de posibilidades económicas: lo importante era atrapar alguna, asirse a ella, mejorarla, mamarla y procurar que a uno no le pillasen las ruedas. A eso se le llamaba oficialmente «hacer grande a España». A falta de otra, los jerarcas de la situación se referían constantemente a esta tarea. Y luego, con la democracia, ha pasado lo mismo. Los grandes sentimientos colectivos ya no tienen cabida en la indiferente España.

martes, 22 de mayo de 2012

153.º aniversario

Un suave golpe sobre una puerta, un mugido desde el interior, y me encontré frente al profesor Challenger. Estaba sentado en una silla giratoria tras una amplia mesa cubierta de libros, mapas y diagramas. Su apariencia me hizo contener la respiración. Esperaba encontrarme con un hombre poco corriente, pero nunca ante una personalidad tan subyugante como la suya. El tamaño de su cuerpo y su imponente presencia eran los principales factores del efecto que producía conocerle. Su cabeza era enorme, la más grande que recuerdo haber visto. Su cara y su barba hacían recordar a los toros de la escultura asiria, especialmente la barba, tan negra que por momentos daba reflejos. azules, cuadrada y rizosa, que se extendía hacia abajo sobre su pecho. Sus ojos de color azul grisáceo miraban desde la sombra de espesas cejas negras, con expresión clara, crítica y dominante. Sus hombros amplios y un pecho del tamaño de un barril era lo único que aparecía desde detrás del escritorio, esto y dos enormes manos cubiertas de largos vellos negros.
Tal fue mi primera impresión del notorio profesor Challenger.

Arthur Conan Doyle, El mundo perdido.
Aunque su personaje más afamado es, qué os voy a contar, Sherlock Holmes, el autor que nació tal día como hoy en Edimburgo, 153 años atrás, escribió una obra que es una de mis novelas de aventuras y ciencia ficción preferidas de cuantas leí (y releí) en mi infancia: El mundo perdido. En ella nos dejamos arrastrar por la figura, atrayente y repulsiva a un tiempo, del profesor Challenger, un científico de bruscos modales que solo vive para la investigación y que en esta novela nos anticipa un Parque Jurásico mucho más apasionante, a mi parecer, que el de Crichton.

El mundo perdido no sería la única novela de Conan Doyle que contase con Challenger como protagonista (vendrían después La zona ponzoñosa, La tierra de la niebla, Cuando la Tierra lanzó alaridos y La máquina desintegradora), pero sí que es la que guardo en la memoria con mayor cariño.

Sirva de homenaje al escritor esta descripción de su personaje tanto como, por supuesto, las lecturas de sus obras que deseéis compartir aquí.

lunes, 21 de mayo de 2012

A galopar

— Se cansarán de oír esto —dijo—, pero he de repetirlo hasta la saciedad. Una Edad de Oro, ya sea en arte, música, ciencia, paz o abundancia, está fuera del alcance de nuestras actuales técnicas económicas y gubernamentales. Algo saldrá por casualidad, como ha sucedido alguna que otra vez en el pasado. Pero nunca como fruto de un intento deliberado. En este mismo momento, innumerables hombres y mujeres inteligentes y de buena voluntad están tratando de crear un mundo mejor. Pero los problemas surgen más deprisa que su capacidad para resolverlos. Nuestra civilización corre como un caballo asustado, con el cuerpo cubierto de sudor y echando espuma por la boca. Y al correr, su velocidad y su pánico aumentan conjuntamente. En cuanto a sus políticos e intelectuales, aunque blanden sus armas y gritan de la forma más salvaje que pueden, se muestran incapaces de dominar la bestia enfurecida.
— ¿Y qué haría usted con un caballo desbocado? —preguntó Castle.
— Dejarlo galopar hasta que se desplome de agotamiento —dijo Frazier llanamente—. Y mientras tanto, ver qué se puede hacer con su descendencia.

Walden Dos, B. F. Skinner.

jueves, 17 de mayo de 2012

Antichrista

En ocasiones abrir las páginas de un libro supone asomarse al precipicio, dejar entrar el horror y permitirnos el lujo de deleitarnos con ello. Algo así es lo que ocurre cuando comenzamos a leer Antichrista de Amélie Nothomb, uno de los últimos libros que he terminado. Como me ocurrió con Diario de Golondrina y, tal y como parece ser la tónica general de las obras de esta autora, el libro es muy breve. Su escritura fluida nos mete de lleno en la historia que nos narra hasta hacer que disfrutemos de su lectura como si de un relato se tratase: de una sentada y sin despegar las pestañas de las hojas que tenemos ante nosotros.

Antichrista es la pesadilla de cualquier adolescente, al menos de los que sean como Blanche, la jovencita de 16 años, tímida, apocada, aficionada a la lectura y con escaso don de gentes, que comprueba a su pesar el resultado que obtendrán sus  intentos por entablar amistad con Christa, una chica de su edad que también comienza ese año sus estudios universitarios y que es su antítesis; atractiva, atrevida hasta llegar prácticamente al descaro, Christa es el centro de atención de sus compañeros y pronto lo será de los padres de Blanche. En cuanto esta última la invite a pasar la noche en casa, deseando evitarle el pesado trayecto en tren que la lleva cada mañana desde su pueblo hasta la ciudad donde cursa los estudios de políticas, descubrirá cuán fácil es quedar atrapada en una vorágine de autodestrucción. Christa desplazará a Blanche hasta robarle el cariño de los autores de sus días, tornándola en invisible —más aún de lo que ya era— a ojos de sus compañeros, familiares y amigos. Además, no desperdiciará en ningún momento la oportunidad de recordarle cuánto le debe y lo desagradecida que es ante sus “atenciones”.

En cierto modo, la historia me ha recordado la figura del famoso cuco. Los cucos depositan sus huevos en las nidadas de otros pajarillos que se encargarán de criar a su pollo en detrimento de los propios, bien porque nazca antes y arroje los huevos aún sin eclosionar de las avecillas parasitadas, bien porque por su tamaño y el irresistible encanto de su colorido pico se vean obligados a cebar sin límite al parásito, hasta dejar morir de hambre incluso a sus propios pollos. Christa es así, ofrece su mejor imagen ante quienes desea controlar y descubre su lado oscuro únicamente a aquellos que son más débiles y que nada pueden hacer para arrebatarle el control. Desgraciadamente, me temo, hay muchas Christas en la vida real, y si bien en esta novela la autora peca a mi parecer de cargar las tintas de maniqueísmo, lo cierto es que no deja de resultar entretenida y deja la puerta abierta a la reflexión.

Más que recomendable, pues, tal y como nos dijeron tiempo atrás Carol o Isi en sus blogs.

¡Feliz lectura!

viernes, 4 de mayo de 2012

El invierno del dibujante

Aunque leo alguno que otro de cuando en cuando (me gustan, si bien no constituyen una de mis mayores preferencias), no suelo traer al blog entradas sobre los cómics que voy descubriendo. De hecho, no hace mucho pensé hacerlo con Blacksad y finalmente me contuve, y realmente es posible que esta sea la primera entrada dedicada a uno de ellos. Pero lo merece, tanto por la historia que narra como por haber sido mencionado con anterioridad en el blog, precisamente en la entrevista que nos concedió González Ledesma
HL: ¿Ha tenido oportunidad de leer o ver al menos El invierno del dibujante, cómic en el que aparece usted en los tiempos en que trabajaba para Bruguera? ¿Cómo es posible que una factoría de sueños como aquella fuese en su interior un infierno para los autores? 
FGL: Sí lo he leído. Me parece una obra admirable y creo que refleja la realidad de Bruguera. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, porque solo pensaban en el beneficio inmediato y actuaban generalmente con un egoísmo despiadado. Bruguera tenía una gran habilidad para los negocios pero nunca supo tratar a la gente. Por eso, con los años, fue perdiendo a sus mejores creadores, que normalmente veían sus sueños rotos. 

De esos años nos habla El invierno del dibujante, y si bien ya mencioné las draconianas condiciones que imponía Bruguera a los escritores que trabajaban para la editorial, no eran más piadosas las que tenían que soportar los guionistas y dibujantes de aquellos cómics (o historietas, o tebeos, como se les llamaba entonces) que llenan de imágenes la remota memoria de nuestra niñez. 

Paco Roca nos retrotrae hasta finales de los años 50 del pasado siglo cuando, cansados precisamente de las condiciones laborales de Bruguera, un grupo de valientes historietistas decide abandonar la editorial y lanzar al mercado un producto propio, donde fuesen dueños de sus propias creaciones y de su destino. Nació así Tío Vivo, la mítica revista juvenil, de manos de cinco dibujantes: Giner, Cifré, Conti, Peñarroya y Escobar. En El invierno del dibujante podremos comprobar cuán difícil fue poner en marcha este proyecto repleto de ilusión y qué fácil resultó a la gigantesca Bruguera tumbarlo. 

Tan capaz de arrancarnos unas risas como de hacer aflorar unas lágrimas, este cómic de Paco Roca nos permite acercarnos a Vázquez e Ibáñez, reconocer al joven abogado González Ledesma y disfrutar de un libro editado con gusto: desde las preciosas ilustraciones de Roca al color de las páginas, que cambia con cada capítulo como las historietas de antaño y que da un tono adecuado a la estación en la que transcurre cada uno de ellos. 

En definitiva, estamos ante un libro imprescindible para los amantes del cómic, para quienes quieran acercarse a un periodo de nuestra reciente historia editorial y para, nada más y nada menos, aquellos a quienes les gusta leer una historia bien escrita.


jueves, 3 de mayo de 2012

Un puesto avanzado del progreso

Un puesto avanzado del progreso nos permite asomarnos a los orígenes de la que sería la novela más reconocida de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas. En esta obrita (por la extensión, no por lo agudo de la crítica social que la alienta), Conrad nos dibuja a unos personajes con la pluma cargada de ironía. 

Kayerts y Carlier son dos trabajadores que permanecen en la selva, en uno de los puestos de avanzadilla de una gran compañía comercial, y su único afán será lucrarse gracias a la imposición de duras condiciones de trabajo para los nativos y a las estratagemas que van imaginando que podrán llevar a cabo para destacar dentro de la estructura empresarial que les —así lo creen al menos— respalda. 

El autor aprovecha lo risible de ambos individuos para trazar las líneas de la despiadada colonización que sometió a los pueblos de África (o de Asia, o de América) al arbitrio de las naciones avanzadas de su época. Las relaciones con los pueblos indígenas fueron originadas únicamente por el interés económico de los países colonizadores, algo que permanece plenamente vigente en la figura de las compañías multinacionales que aún hoy siguen buscando obtener el máximo beneficio explotando los recursos naturales de aquellos países que cuentan con regiones que no han sido todavía esquilmadas por el hombre, o en el nuevo colonialismo que países como China llevan a cabo mediante la compra de tierras de cultivo en África

La editorial Traspiés, dentro de su colección de libros ilustrados Vagamundos, nos ofrece la oportunidad de deleitarnos con una magnífica obra satírica de Joseph Conrad, de reírnos del absurdo comportamiento de los protagonistas y, sobre todo, de reflexionar en torno a la importancia que tienen nuestras decisiones cotidianas en la configuración del mundo en el que queremos vivir. 
El miedo siempre permanece. Un hombre puede matar lo que hay en su interior: el amor, el odio, sus creencias, incluso sus dudas. Pero mientras se aferre a la vida, no podrá destruir el miedo; el miedo sutil, indestructible, terrible, que invade su ser, que tiñe sus pensamientos, que acecha en su corazón, que vigila en sus labios la lucha por el último aliento.
No puedo terminar la entrada sin invitaros a leer el libro, por supuesto, y sin desearos que paséis por el sitio web de Altotero, donde podréis leer un interesante artículo de Benigno Varillas sobre los pigmeos del Congo y su relación con los elefantes.

martes, 1 de mayo de 2012

Primero de mayo

Leyendo a González Ledesma esta mañana he llegado a un párrafo que me ha parecido muy significativo para el día de hoy. Porque hay que dignificar el trabajo y que los hombres, llevándolo a cabo, nos sintamos realizados y no esclavos. En su Expediente Barcelona leemos:

Eso me hizo recordar lo que pasaba con Costa, que al entrar a trabajar a las siete de la mañana ya le decía al portero de nuestra empresa, el portero cuya esposa no podía parir porteritos, sino fichas para el reloj marcador:
—Buenas noches.
Y cierta vez, el portero, extrañado, le preguntó:
—¿Por qué, a estas horas de la mañana, me dice siempre «buenas noches»?
Costa ni siquiera se detuvo para contestar:
—Porque ya se ha terminado el día.
Era verdad. En aquella ocasión la frase del Costa me hizo reír, pero ahora, en mi cubículo milimetrado, la entendía del todo. En las puertas oscuras del trabajo había millones de hombres que cierta vez, cierto día insólito, se paraban un momento, un minuto tan solo, para darse cuenta de que se les había terminado la vida.
Pero el minuto pasaba y ellos volvían a caminar, y quizá ya no volvían a pararse nunca más, porque su vivir tenía la virtud de hacerles olvidar que habían renunciado a vivir.
A veces, señorita Jou, he pensado que eso es una suerte.

Un IMM espontáneo

Pasan las semanas volando y apenas consigo tachar de la lista de pendientes algunos títulos que voy leyendo conforme consigo sacar algo de tiempo a las obligaciones cotidianas. Incluso así, se me acumulan las entradas en el blog, las de los libros por reseñar —y eso que no todos entran a formar parte de la familia de los incluidos en esta polvorienta bitácora— y otras sobre diversos temas bibliófilos. 

De cualquier modo, hoy me apetecía irme a la cama dejando constancia de algunos de los libros que me acompañarán en breve, entre otros una novela gráfica que estaba deseando leer (y que, si mal no recuerdo, será el primer cómic en aparecer por aquí), El invierno del dibujante, sobre el que ya preguntamos en su día a González Ledesma.


A esta se le unen varios libros sobre Biología y medio ambiente (Las rapaces ibéricas, un tomo de enciclopédico formato de lectura más que recomendable para el aficionado a estas aves; La vida amorosa de los animales, un ensayo sobre etología; Introducing Environmental Politics e Introducing Genetics, dos libros ilustrados de la colección Introducing... de la editorial Totem Books y la preciosa edición que nos trae Taurus de Sobre la selección natural de Darwin). 

Finalmente, para completar el cupo, una novela digna del disfrute de un (bien entendido) mitómano como yo. La fiesta de Orfeo nos retrotrae al Londres de mediados del siglo pasado, cuando una recién nacida productora de cine, la archiconocida Hammer Productions, comenzaba el rodaje de una película de terror que protagonizaría uno de mis actores preferidos, Peter Cushing.